miércoles, 19 de diciembre de 2007

PLATAFORMA FILOSOFICA DE LA MEDICINA CELULAR

MEDICINA CELULAR

INTERPRETACION FILOSOFICA
DE LA MEDICINA CELULAR

La Filosofía de la Medicina Celular se basa sobre las siguientes interpretaciones generales del Sistema Natural que la Ciencia Universalmente reconoce como fundamentales.
Las leyes y caminos de la naturaleza son uniformes y armoniosos
Los efectos siguen a las causas en sucesión ininterrumpida
Para cada acción hay una reacción igual y opuesta
Acción y reacción son incesantes, equivalentes y recíprocas.
El movimiento es incesante y la transformación continua
La materia es indestructible e infinitamente divisible
La fuerza es persistente e indestructible.
La cantidad de acción necesaria para efectuar cualquier cambio en la naturaleza es la mínima posible.

La finalidad de toda ciencia es establecer en lugar de lo contingente lo que la
ley hace necesario, y referir cada particular a su universal.
Estos dos predicados conectan la ciencia con las cosas. Debemos aferrarnos fuerte a las cosas útiles que ha producido el pasado. Debemos ganar un espacio en el tiempo, pero un espacio vivo. No por la acumulación empírica de hechos percibidos (los hechos de percepción), sino por su bien pesada apreciación, de acuerdo con las leyes eternas de la naturaleza, su existencia está asegurada para siempre. Los hechos que rechazan este criterio son científicamente inútiles.
De ahí que en la Medicina Celular nos esforzamos no solo por separar la contingencia del suceso, es decir, determinar la sucesión causal de lo que ha tenido lugar, sino también por llegar a dominar esa contingencia que hace incierto nuestro juicio.
La contingencia de nuestro juicio de los hechos, alcanzado experimentalmente por el proceso de análisis, debe ser eliminada sintéticamente conectando las leyes de la naturaleza con los hechos, de modo que podamos ser capaces de demostrar su interdependencia y actuar de acuerdo con ello. En esta síntesis, o conexión de nuestras percepciones, llevada simultáneamente con la experimentación, consiste el arte de la observación.
Todas las concepciones de nuestro ser interno, así como de las cosas externas, están basadas primariamente en las percepciones de nuestros sentidos (incluyendo la conciencia o sentido interior). Pero la formación de nuestras ideas, juicios y conclusiones debe resultar de determinadas leyes objetivas, inherentes a las cosas mismas y su constitución, y no por capricho.
Cada suceso en el círculo de los fenómenos naturales tiene una necesidad condicional, puesto que sólo puede resultar de sus precedentes y depende de ellos. Esta necesidad condicional resulta de la necesidad incondicional primaria de las leyes fundamentales de la naturaleza y su verdad absoluta.
Las leyes de la naturaleza son las formas por las que el curso constante de los fenómenos naturales, a partir de causas y condiciones dadas, puede ser expresado.
Las leyes no provocan la existencia de los sucesos o fenómenos. En virtud de las leyes podemos explicarnos, intelectualmente, no la existencia, sino la conexión de los fenómenos y así llegar a comprender su desarrollo y condiciones.
Nosotros comprendemos los fenómenos, no por las propiedades aparentes de los fenómenos mismos, sino por percepción intuitiva o conciencia inmediata de las leyes fundamentales. Tales leyes, como la ley de causa y efecto, la de equivalencia y contrariedad de acción y reacción, la de constancia de materia y energía, son intuitivamente percibidas por ser la razón última de la que podemos tener algún conocimiento.
Las leyes de la naturaleza, en general, son deducciones de la experiencia y las observaciones con respecto al necesario curso de sucesos o fenómenos de elementos dados, la causa última de los cuales se encuentra más allá de la ciencia física, en el dominio de la metafísica.
Eso que cambia el curso regular de estados y sucesos, sin embargo, resulta a consecuencia de causas que pueden ser determinadas por la ciencia física considerando las leyes fundamentales de la naturaleza.
Cada cambio de estado o suceso tiene numerosas causas, conocidas como causas primarias y secundarias, o como causa y condiciones.
Una chispa de fuego, echada dentro de un barril de pólvora, es la causa de la explosión que sigue. La composición química de los componentes de la pólvora y su modo de combinación suministran las condiciones necesarias para que la explosión ocurra.
Cada cambio implica o presupone algo constante, esto es, algo con al menos dos tendencias opuestas. La Química, p.e., se basa en la ley de la constancia de los cuerpos y fuerzas, la ley de la afinidad química y la ley de las proporciones definidas o de equivalencia.
De acuerdo con la ley de la constancia de los cuerpos y fuerzas, todos los cuerpos siguen siendo esencialmente los mismos bajo todas las circunstancias. El cloro sigue siendo cloro, y el hidrógeno siempre hidrógeno. Sólo cuando se combinan según las leyes de afinidad química y en ciertas proporciones definidas, cambian su estado y se convierten en ácido clorhídrico. La causa de este resultado reside en el arte del químico. Las condiciones residen en la afinidad específica de esos cuerpos uno por otro y por otros cuerpos. El efecto es cambiar sus dos estados en uno, en forma de ácido clorhídrico.
La causa de la tuberculosis es el bacilo tuberculoso.
Las condiciones necesarias para (causas secundarias de) la acción del bacilo son la peculiar constitución corporal, la predisposición, la susceptibilidad y el entorno del paciente. Sin esas condiciones o causas o causas concomitantes nadie tendría nunca tuberculosis.
Así, para explicar por la ciencia, o conseguir por el arte, un resultado complejo, deben considerarse muchas leyes, pero especialmente la ley de acción recíproca.
Todos los cambios en la naturaleza son resultado de la acción recíproca (acción y reacción) de cuerpos y fuerzas. Pero aquí debe hacerse una importante distinción entre cuerpos y fuerzas animados e inanimados; entre organismos vivos y máquinas.
La acción recíproca es mediata e inmediata. Dentro del organismo vivo cuerpos y fuerzas actúan inmediatamente, el uno sobre el otro, en virtud de la asociación viviente de todas sus partes. En una máquina actúan meditamente.
El movimiento de todas las partes de una máquina depende, en cada momento, de la fuerza de la causa externa sola, permaneciendo la máquina constantemente pasiva a la acción de la fuerza.
La máquina no puede suministrarse aceite, reparar las pérdidas que sufre por oxidación, fricción, etc., ni reproducirse entera o en parte. No sabe lo que necesita ni siente la necesidad de ninguna de esas cosas. El organismo vivo, por el contrario, sabe y siente sus necesidades y procura satisfacerlas.
El organismo vivo también recibe sustancias externas y sus fuerzas dentro de él, no obstante ellas no son las únicas causas de sus movimientos, sino sólo para el alimento de las partes constantemente activas.
Las sustancias que toma el organismo de fuera permanecen pasivas dentro de él, mientras el organismo es activo hacia ellas. El alimento no pasa espontáneamente a la sangre, ni la sangre es transformada espontáneamente en bilis u orina, sino que estas cosas ocurren en virtud de causas y efectos recíprocos vivos, inteligentes, que residen y tienen lugar dentro del organismo, de acuerdo con determinadas leyes específicas. De ahí que una máquina sea completamente opuesta a un organismo.
La ciencia obtiene su conocimiento de la vida de una consideración de los hechos de observación y experiencia, en conexión con las leyes que expresan la forma de su necesidad, de acuerdo con las cuales ellos ocurren. Los hechos y las leyes se presentan juntos con el mismo valor objetivo.
Considerando la sucesión de dos estados diferentes del mismo cuerpo vivo, tal como salud y enfermedad, la ley de causalidad enseña que ningún efecto interno puede surgir sin una causa externa, y que el efecto mismo puede a su vez convertirse en una causa de nuevos cambios.
La ley de vis inertiae enseña que todos los cambios internos de los cuerpos en la naturaleza son resultado de una causa externa, pues sin esta todos los cuerpos permanecerían en el mismo estado en que fueran colocados. Debe conocerse el estado del cuerpo antes de cualquier cambio. La causa o razón del estado del cuerpo, por lo tanto, son las condiciones bajo las cuales puede ser cambiado por cualquier causa externa.
En la ciencia médica y especialmente en terapéutica, se debe hacer una rígida distinción entre las dos relaciones de estado y cambios de acuerdo con estas dos leyes (causalidad y vis inertiae); ya que la acción de los agentes curativos introducidos en el cuerpo como causas externas, con la finalidad de cambiar un estado de enfermedad por otro de salud, sólo puede determinarse prestando debida consideración a las condiciones de edad, sexo, constitución, predisposición, etc., manifestadas por síntomas o fenómenos.
Siempre deben tenerse en cuenta las diferencias que existen entre lo que es constante e inmutable en la vida del organismo y lo que es cambiable. Lo constante e inmutable son las leyes de su forma especifica, como muestran las células, tejido conectivo, etc. Las formas son transmitidas por los padres. Lo mutable son las propiedades químicas y físicas de esos constituyentes del organismo, que derivan del mundo externo, y el funcionamiento del organismo mismo. Los elementos de forma patológica deben ser como los fisiológicos, pues el organismo no puede formar nada dentro de el en contra de sus propias leyes inmutables. De acuerdo con la ley de especificación, cada cambio de forma o función se acompaña de un correspondiente cambio en la combinación de la materia. De ahí que, cuando observamos cualquier fenómeno físico que está sufriendo un cambio en el organismo, sabemos que al mismo tiempo están ocurriendo cambios químico-vitales.
Así que dos cosas constituyen la enfermedad: primero, las cualidades del organismo, que constituyen las condiciones para la enfermedad; segundo, las causas externas de la enfermedad.
Las formas de enfermedad también obedecen a una ley de constancia fija. Grupos enteros de enfermedad, crónica y aguda, y de lo más variado externamente, surgen de la misma causa mórbida y forman una unidad en sucesión, aunque una forma ocurra en la niñez, otra en la juventud y otra en la edad avanzada. La sífilis y la tuberculosis son ejemplos patentes.
En lugar de buscar la causa y el carácter de una forma presente de enfermedad solo en lo inmediato y en lo que esta a la mano, deberíamos buscar las causas más remotas que se han manifestado en la secuencia de desórdenes y enfermedades que han precedido a la forma actual. De la adopción de este principio depende la capacidad de previsión y progreso, así como una profilaxis y terapéutica eficaces.
Todo el funcionamiento del organismo vivo depende de una constante acción recíproca entre los diferentes constituyentes del cuerpo dentro de él mismo, y del organismo como un todo con su entorno, el mundo externo y sus componentes.
De acuerdo con las leyes de causalidad y vis inertiae, cada parte del todo está al mismo tiempo activa y pasiva, o en un estado de equilibrio aproximado de movimiento o reposo. La enfermedad, estrictamente hablando, no es ni una acción ni una reacción, sino solo
un estado nuevo o modificado del organismo, causado por la interacción de una causa externa
con los constituyentes internos del organismo, resultando una nueva forma del todo de una acción recíproca en la que causa y efecto están siempre asociados.
Físicamente hablando, las fuerzas son propiedades de las sustancias, o cuerpos. Pueden ser divididas en mutables e inmutables. Solo aquellas propiedades que son específicas
De los cuerpos bajo todas las circunstancias, que son necesarias y constantes, que los aíslan perfectamente de todos los demás cuerpos y dan a cada uno su individualidad, pueden llamarse fuerzas con propiedad. Tales son, por ejemplo, la gravedad específica de cada cuerpo
por separado, la propiedad de un cuerpo que determina los equivalentes constantes de su combinación con hidrógeno u oxígeno, o las cualidades individuales específicas de las formas
orgánicas.
Cualquier cambio en los cuerpos producido por una causa externa, tiene lugar sólo dentro de sus fuerzas o propiedades mutables, como en su volumen, densidad, color y modo de combinación química.
Las fuerzas básicas o inmutables de la materia, que son las propiedades de sus masas, se dividen en fuerzas de repulsión o atracción. Ambas pueden operar a distancia o por contacto. Puesto que cada acción en la naturaleza es una acción recíproca entre cuerpos, una fuerza básica tal no pertenece al cuerpo aislado, sino que le pertenece en el radio de sus relaciones con los otros cuerpos. Aquí encontramos que los semejantes se repelen y los desemejantes se atraen unos a otros.
Cada todo existe bajo las condiciones de las combinaciones de sus partes; la combinación de sus partes crea una dependencia de las partes unas de otras, y de la forma específica del todo; y el todo existe en relaciones recíprocas con otras formas del mundo externo.
De ahí que, en el mundo orgánico, no haya cuerpos simples, sino solo la sustancia primaria simple (la incorpórea sustancia vital misma), de la cual, en combinación con los elementos químicos, están formados todos los cuerpos vivos organizados. Incluso las células vivas no son simples, puesto que físicamente están compuestas de elementos químicos, cuyas fuerzas fundamentales difieren con arreglo a su forma y composición y a su relación recíproca con la fuerza vital del organismo.
Dentro de las células, entre sus elementos químicos constituyentes, existen agentes reparadores en la salud y la enfermedad, y el tratamiento y curación de la enfermedad mediante medicación, de acuerdo a una ley fija o principio general.

La Medicina Celular fue fundada bajo los principios del Método Inductivo de Ciencia desarrollado por Lord Bacon. Su práctica está regida por el principio universal de Acción Mutua formulado por Sir Isaac Newton en su Tercera Ley del Movimiento: “Acción y Reacción son iguales y opuestas”.

La Medicina Celular como ciencia, descansa fundamentalmente en cuatro principios generales: Semejanza, Contrariedad, Proporcionalidad e Infinitesimalidad, reductibles al principio general de Homeosis, o Asimilación Universal. (Fincke).

“La ciencia es conocimiento reducido a ley y encarnado en sistema”. “El conocimiento de un hecho aislado, no relacionado con ningún otro, o de muchos hechos, no teniendo unas relaciones mutuas o comprendidos bajo una ley general, no alcanza el significado de ciencia”.

“Una ciencia en su desarrollo es 1. Una colección de hechos exactamente observados; 2. Una correlación o generalización de esos hechos, formando un sistema; 3. Una formulación de esas generalizaciones como leyes; 4. Esto da lugar a algún principio o fuerza que da cuenta de esas leyes; de aquí, el conocimiento exacto de las causas próximas”. (Extraído del Standard Dicionary)
La ley, en el sentido más amplio, es el orden o relación observada de los hechos. No se requiere que la causa del orden o relación sea conocida. Como los matemáticos y astrónomos, acostumbrados a tratar con el más alto orden de hechos, se contentan con aceptar la ley de gravitación sin explicación de la causa, así los médicos, si hay una ley de curación, pueden aceptarla sin explicación de su causa. Pero la tendencia de la física moderna es hacia la generalización más completa, siendo su meta el descubrimiento de un principio universal que pueda conectar todos los fenómenos físicos.
Específicamente, en sentido científico, una ley es el nexo de conexión entre dos series de fenómenos, mostrando la relación de una con otra.
“Hay dos pruebas de la validez de una ley que se proclame como ley natural, o ley de naturaleza”.
Que es capaz de conectar y explicar dos series de fenómenos naturales.
Que está en armonía con otras leyes conocidas.
En óptica, por ejemplo, tenemos los fenómenos o propiedades de los cuerpos luminosos, y los fenómenos de la luz que reciben los cuerpos. Estas dos series de fenómenos se conectan y explican por la ley de difusión de la luz.
En física los fenómenos del sol, en cuanto a densidad y volumen, están relacionados con los fenómenos de la tierra por la ley de atracción o gravitación.
En química las propiedades del potasio están relacionadas con las propiedades del ácido sulfúrico por la ley de afinidad química y de las proporciones definidas, en la formación de un nuevo compuesto, sulfato de potasio”. (Extraído de Dunham, Science of Therapeutics).
Así en la Medicina Celular, tenemos los fenómenos de las drogas relacionados con los fenómenos de las enfermedades por la ley de acción mutua, bajo los principios de semejanza, contrariedad, proporcionalidad e infinitesimalidad; reductibles de nuevo al principio de Asimilación Universal u Homeostasis.
“La terapéutica es ese apartado de la ciencia médica que se relaciona con el tratamiento de la enfermedad y la acción de los agentes reparadores sobre el organismo humano, en la salud y la enfermedad.” (Stándar Dictionary)
Puesto que se conforma a cada requerimiento de esa autorizada definición general de Ciencia, la Medicina Celular ha sido definida como la Ciencia de la Terapéutica. Ningún otro método o sistema de tratamiento médico se conforma, o incluso proclama conformarse, a todos esos requerimientos fundamentales.
Pero mientras fácilmente puede demostrarse que la acción curativa de un agente cualquiera usado en el tratamiento de una enfermedad, mental o física, se conforma al principio fundamental de la Acción Mutua, en el sentido más restringido o práctico la Medicina Celular debe definirse como la ciencia de las terapéuticas.
La Medicina Celular es, estrictamente hablando, “un sistema de medicina”, como a menudo es llamado, usando la palabra medicina en su sentido general amplio. La medicina general está compuesta de distintas ciencias, incluyendo la Terapéutica General, que comprende todos los recursos terapéuticos conocidos por el hombre. Esta hace uso de muchos agentes, además de medicación, para el alivio de los males humanos.
La Medicina Celular, por lo tanto, es un apartado de la medicina general, como la anatomía, la fisiología y la patología.

Como la química o la física, la Medicina Celular está establecida bajo los principios del método inductivo en ciencia. Considerada como una ciencia, consiste en dos series de fenómenos, observados independientemente, recopilados y estudiados, conectados por una ley subyacente o principio de la naturaleza. Sus elementos son:
1. Los fenómenos de la enfermedad; 2. Los fenómenos producidos por las drogas cuando son administradas a personas sanas; y 3. la ley general de acción mutua, también conocida como Tercera Ley del Movimiento de Newton y como la Ley de los Semejantes, que conecta las dos series de fenómenos. Los fenómenos de la enfermedad constituyen su patología, los fenómenos de las drogas experimentalmente deducidos, su materia médica y la aplicación de su materia médica bajo la ley su terapéutica.
Experimentalmente también se ha probado que bajo ciertas condiciones, que se expondrán después, los medicamentos curan enfermedades en virtud de su semejanza de síntomas. Esto es, los medicamentos curan, o eliminan en el enfermo, síntomas similares a aquellos que tienen el poder de producir en el hombre sano. A partir de este hecho experimental fue deducida la ley de curación y medicación, conocida como la “ley de semejantes”, la cual resulta al examinarla ser un enunciado, en otras palabras, de la ley general de Acción Mutua, denominada también ley de equivalencia, ley de acción y reacción, ley de balance o equilibrio, ley de polaridad, ley de compensación y tercera ley del movimiento de Newton.

Principios Operativos
La Medicina Celular trabaja en perfecta armonía con todos los agentes terapéuticos no medicinales y mecánicos racionales necesarios. Cirugía, obstetricia, higiene, dietética, sanidad, química (en tanto es aplicada a la preparación de medicamentos y a la expulsión y antidopaje de venenos) y psicoterapia, encuentran todas en la Medicina Celular su más poderoso y compatible aliado.
La Medicina Celular es opuesta en su constitución y principios a todas las formas de tratamiento por medicación directa o fisiológica, y al tratamiento fiso-químico o tratamiento basado en teorías químicas. La Medicina Celular es opuesta al uso, en condiciones ordinarias, de drogas en dosis fisiológicas con propósitos meramente paliativos, puesto que su objetivo primario es siempre la curación u obliteración de la enfermedad y el completo reestablecimiento de la salud.
La Medicina Celular es opuesta a los métodos de vacuno y sueroterapia, aunque muchos proclaman que esos métodos están basados en el principio homeopático. Admitiendo que esto puede ser verdad en cuanto al principio subyacente se refiere, el método de aplicación del principio es opuesto por ser una violación de los sanos principios naturales de medicación y productor de serios daños para el organismo vivo.
Se ha probado experimental y clínicamente que tales métodos son innecesarios, y que el resultado proclamado por sus defensores puede ser alcanzado de manera más segura, rápida y completa por la administración de los medicamentos en dosis subfisiològicas, a través de las vías naturales del cuerpo, que introduciéndolos forzadamente por medio de la aguja hipodérmica o de cualquier otra forma.
La Medicina Celular opuesta a la llamada “prescripción patológica” y al “tratamiento de grupo” de las enfermedades, cuyas peculiaridades individuales son ignoradas y los pacientes son agrupados o clasificados según sus lesiones orgánicas patológicas groseras y tratados del mismo modo. La Medicina Celular se ocupa del individuo, no de la clase. Trata al paciente, no a una entidad ficticia llamada enfermedad. Su prescripción o selección de medicamentos se basa únicamente en la semejanza individual de síntomas, síntomas de la droga a síntomas de la enfermedad, determinada por comparación efectiva en cada caso.


La Medicina Celular es opuesta a todas las formas de tratamiento drogal externo, local o tópico de los síntomas secundarios externos de la enfermedad, excepto en casos quirúrgicos. Dirige sus agentes curativos, a través de las vías naturales del cuerpo, a los centros fisiológicos de acción y reacción vital, que gobiernan todas las actividades funcionales en el organismos vivo tanto en la enfermedad como en la salud.
La Medicina Celular es opuesta a la polifarmacia. Depende para toso sus resultados de la acción dinámica de medicamentos simples, puros, potenciados, preparados por un proceso especial matemático-mecánico y administrados en dosis mínimas.
En la práctica, la Medicina Celular basa la selección del remedio curativo en la totalidad de los síntomas del paciente individual, incluyendo la consideración de las causas comprobables de la enfermedad. Para el prescriptor homeópata esto constituye la enfermedad. Especulaciones en cuanto a la naturaleza esencial interna o a la actuación de la droga o la enfermedad no entran en el proceso de seleccionar el remedio. La prescripción no se basa en el diagnóstico patológico, o el nombre de la enfermedad, sino únicamente en el parecido de los síntomas del paciente con los síntomas de alguna droga comprobada, determinando por comparación efectiva.
Como el trabajo experimental al construir la materia médica ha sido llevado a cabo con medicamentos simples, y como cada medicamento tiene su propio tipo y esfera de acción definida y peculiar, la exactitud científica, como también la ley de los semejantes, requieren que el tratamiento de los pacientes sea llevado a cabo de la misma manera.
Se ha demostrado experimentalmente que el organismo enfermo es peculiar e incluso dolorosamente sensible a la acción del medicamento similar simple, y que los efectos curativos se obtienen solamente con dosis sub-fisiológicas. Las dosis fisiológicas, en vez de eliminar los síntomas característicos de la droga. Si la droga no tiene un similar el estado del paciente se complica por la adición de síntomas que no tienen ninguna relación con la enfermedad y no se produce la curación. Si la droga tiene un similar la violenta reacción del organismo a la dosis innecesariamente grande aumenta el sufrimiento, agota al paciente y prolonga su enfermedad, incluso si finalmente se recupera.
Estos hechos llevan, primero, a la progresiva reducción de la magnitud de la dosis hasta la cantidad curativa más pequeña eficaz, y finalmente al descubrimiento y formulación de la ley de la potenciación y la dosis infinitesimal, que es uno de los corolarios de la ley de los semejantes y un principio fundamental de la Medicina Celular.


LAS ESCUELAS DE FIOLOSOFIA

Sería bueno echar una ojeada a las diferentes escuelas de filosofía, para estar en condiciones de comprender el punto de vista de La Medicina Celular Holistica ideas y conceptos fundamentales a partir de los cuales desarrolló su sistema.
Las diferentes escuelas de filosofía pueden ser ampliamente clasificadas como materialista, idealista y sustancialista.

Materialismo
“La doctrina por la que los hechos de la experiencia son todos explicados por referencia a la realidad, actividades y leyes de la sustancia física o material. En psicología, esta doctrina niega la realidad del alma como ser psíquico; en cosmología, niega la necesidad de asumir el ser de Dios como Espíritu Absoluto o de cualquier otro fundamento espiritual o primer principio; pero la forma más ampliamente aceptada se refiere a todas las especies de sentimiento y vida mental como productos del organismo, y al universo mismo como reducible a términos de elementos físicos y sus movimientos”. (Standard Dictionary)
Deberíamos considerar por un momento el significado de las palabras “realidad” y “sustancia”. El “acérrimo” materialista no considera nada que no tenga tangibilidad como real y sustancial. Lo reduce todo a los términos de la materia física, que es para él la única realidad. Si usa las palabras energía, poder, fuerza, movimiento, principio, ley, mente, vida o pensamiento, cosas intangibles, es para considerarlas meramente como atributos, condiciones o productos de la materia. Para él las cosas representadas no son reales ni sustanciales. Existen, por decirlo de así, sólo en la imaginación. Como no son tangibles no son reales. Al no ser reales, de acuerdo con su forma de ver las cosas, no son sustanciales y, por lo tanto, no son dignas de consideración. El hecho de que esté obligado a actuar como si fueran reales, no crea ninguna diferencia en su actitud mental. Rehúsa admitir su existencia como algo que no sea propiedades de la materia.
Lo desafortunado de esta filosofía es que parece inducir y fomentar una escéptica, antagónica y acientífica estructura mental, particularmente irritante, hacia muchas cosas que los demás sienten y saben en su más íntima conciencia que son desde luego muy reales. Ideas que son la fuente y el sostén de sus más profundas convicciones, más altas aspiraciones y más iluminadas concepciones. Esta actitud puede y frecuentemente llega a ser ofensiva en extremo, en gran parte porque es tan unilateral, y los que lo sostienen rehúsan tan obstinadamente “llamar a las cosas por su nombre”. Para la mente más amplia y filosófica la energía invisible, intangible, poder, principio, ley o inteligencia es tan real y sustancial como las cosas materiales que crea y controla, y debería ser denominada así con toda franqueza y sinceridad.


Idealismo
“Ese sistema de pensamiento reflexivo que interpretaría y explicaría todo el universo, cosas y mentes y sus relaciones, como la realización de un sistema de ideas. Toma diferentes formas, determinadas por la visión de lo que es la idea o lo ideal, y de cómo podemos ser conscientes de ello”. (Ibid.)

Sustancialismo
“La doctrina de que las existencias sustanciales o seres reales son las fuentes o fundamentos subyacentes de todos los fenómenos, mentales y materiales; especialmente la doctrina que niega que la concepción de la sustancia material pueda reducirse a meros centros de fuerza”. (Ibid.)
La idea fundamental del sustancialismo es antigua, pero el desarrollo y aplicación sistemáticos de ella es moderno. “El pensamiento predominante del sustancialismo es que todas las cosas en la naturaleza que existen o pueden formar la base de un concepto son realmente entidades sustanciales, ya sean los llamados principios o fuerzas de la naturaleza o los átomos de los entes corpóreos, incluso extendiéndolo a la vida y poderes mentales de todo organismo sensible, desde el más alto al más bajo”. (Hall)
Sostiene por ejemplo, que la “teoría ondulatoria” del sonido es una falacia en ciencia. Hall estableció experimentalmente el hecho de que “el sonido consiste en emisiones corpusculares y es por tanto una entidad sustancial, tanto como el aire o el olor”. El argumenta: “Si el sonido puede ser demostrado como una sustancia no puede haber sombra de objeción científica en contra de la naturaleza sustancial o de ente de la vida y los poderes mentales”. Desde este punto de vista, la mente es tan real en su existencia como lo es el cerebro físico, que es considerado como la manifestación tangible de la forma y sustancia de su contrapartida invisible.
“Si la mente es el resultado del movimiento de las moléculas del cerebro, ¿en qué consiste ese resultado? Si el movimiento de las moléculas es la totalidad de la mente, entonces la mente no es nada, una no entidad, puesto que el movimiento mismo es una no entidad”. (Hall)
De nada, nada sale. Todo efecto procede de una causa. Los efectos siguen a las causas en sucesión ininterrumpida.
Ningún efecto sustancial puede producirse sobre un sujeto sin una sustancia absoluta de algún tipo que conecte la causa con el efecto.
La gravedad, o lo que produce la gravitación, es una sustancia, puesto que actúa sobre objetos físicos a una distancia y causa efectos físicos sustanciales.
El magnetismo es una sustancia, puesto que pasa a través de los cuerpos no porosos, capta y mueve el hierro.
El sonido es una sustancia, puesto que es “transportado a través del espacio por ondas aéreas”. Debe ser algo sustancial o no podría ser transportado.
La luz, el calor y (o) la electricidad son (es) sustanciales. (Pueden ser idénticos). Es absurdo llamarlos “modos de movimiento” o “fenómenos vibratorios”. El movimiento es una no-entidad, el mero acto de una cosa al cambiar su posición en el espacio. El movimiento no es nada antes de que un objeto empiece a moverse, y nada después de que haya dejado de moverse. La ciencia moderna enseña que la luz y el calor son movimientos o vibraciones del éter. La física, por lo tanto, tácitamente enseña que el éter es sustancial. Lo ha medido, ha calculado su coeficiente de inercia y su energía cinética, ha enunciado que es la sustancia primaria de que está compuesta la materia, así como el calor, la luz y la electricidad. Si la ciencia tiene razón en su teoría, entonces la luz, el calor y la electricidad son emanaciones sustanciales de sus cuerpos o sustancias productoras. En otras palabras, cada uno de ellos está compuesto de éter, variando en su índice de vibración. Pero la física (materialismo) no nos dice quién o qué mueve el éter y determina su índice de vibración. Eso queda para el sustancialismo, que enseña que la Vida es una sustancia, que tiene las cualidades de un ser como ente real. Por su sola acción se crean, mantienen y reproducen entes organizados, vivos, consientes, pensantes y volitivos. Por consiguiente la Vida es inteligente. Si no no podría manifestar esas cualidades.
La mente es una sustancia, puesto que actúa para pensar o producir pensamientos y cosas. La mente, por lo tanto, tiene inteligencia. El pensamiento –la acción de la mente- puede llamarse “un modo de movimiento de la mente, que actúa sobre las moléculas del cerebro”. En última instancia vida y mente son una e idénticas, puesto que tienen idénticas cualidades y atributos, y la mente (Sin: vida, espíritu) es la causa primaria del movimiento. La vida es energía, y toda energía es energía viva.
En cuanto a los seres vivos, incluyendo al hombre, la hipótesis sustancialista es: “que dentro de toda criatura viva existe un organismo vital y mental, la (invisible) contrapartida de la estructura física, la fuente de todos los fenómenos vitales y fisiológicos, originalmente aportado por la Voluntad Creativa (Mente-Vida-Espíritu) como átomos salidos de Su propio ser, y que deben, a la disolución de la vida orgánica, retornar al manantial original de donde han emanado, para mezclarse allí por reabsorción en la fuente original, o, como en el caso de aquellas vidas (humanas)que han recibido la impronta espiritual de la imagen de Dios, vivir para siempre con el ego auto-consciente heredado a través de su organismo superior”.(Hall)

La posición de la Medicina Celular Holìsitica

Hasta ahora nuestro Sistema Médico ha sido adscrito a los idealistas. En un intento para definirlo más ha sido llamado “vitalista”. Refiriéndose a la prominencia dada a la doctrina de la vida y la fuerza vital.
Con antelación a la aparición del sustancialismo como una filosofía formulada y un nombre, éste fue quizás el mejor que se le podría dar para intentar clasificarla filosóficamente. Pero desde que se ha formulado una filosofía concreta no puede haber duda de que sea adecuadamente clasificado como un sustancialista. Su posición y sus afirmaciones respecto a la Deidad, la vida, la mente, la fuerza vital, la materia, la potentizaciòn (o dinamizaciòn), los infinitesimales y el énfasis que pone sobre el carácter sustancial de estas (para el) grandes realidades, no concuerdan completamente con ninguna otra clasificación. El médico franca y reverentemente reconoce al Ser Supremo, como en efecto todo científico que piense lógicamente hasta el final debe hacer. De otro modo todo el pensamiento termina en negación.
La constante llamada a la experiencia, a los hechos de observación y experimentación, y a la necesidad de evitar en medicina la especulación de todo tipo, demuestran el equilibrado carácter práctico de su mente. El rehusó a especular sobre la naturaleza esencial de las cosas. Observó y aceptó los hechos de la existencia como los viò. Para él, espíritu y materia, fuerza y movimiento, mente y cuerpo, salud y enfermedad, en todas sus mutaciones y modificaciones, co-existen como hechos de observación, conciencia y experiencia. Esto era para él usarlos de una manera lógica y práctica. No fue un materialista que negara el origen y existencia deìficos de las sustancias o agentes espirituales, ni mantuviera que esos fenómenos espirituales eran el resultado de alguna peculiar organización de la materia. Tampoco fue un idealista en el sentido extremo del que cree, con Bishop Berkeley (y la Sra. Eddy) que todo lo que existe es espíritu, y eso que es llamado materia, o el mundo externo, es o una sucesión de nociones impresas en la mente por la Deidad, una ilusión o “error”, o si no el mero edicto de la mente misma, como decía Fichte.
La Filosofía Inductiva de Lord Bacon y la Medicina Celular

Algunos de los más finos ejemplos de la aplicación del principio de Bacon al estudio de los fenómenos naturales pueden encontrarse en la Medicina Celular.
Bacon mismo se dedicó particularmente a la tarea de una completa investigación y reforma de la física; pero su plan abarcó todo el campo de la filosofía y su principio fue aplicable a lo mental y lo moral, no menos que la física. Ese principio fue la introducción Lógica, sobre la que se basó el método inductivo de observación y experiencia. Esta es la única base válida de conclusiones y el fundamento aceptado de la ciencia moderna.
“Su mérito como filósofo reside principalmente en haber hecho retroceder a la mente humana desde la dirección errónea en la que tanto tiempo había estado buscando el conocimiento, y ponerla sobre una nueva vía de investigación,” dice un escritor.
“Cuando Bacon analizó la filosofía de los antiguos, la encontró especulativa. Los grandes caminos de la vida habían sido abandonados. La naturaleza, extendida a la inteligencia del hombre,… había sido escasamente consultada por los antiguos filósofos. Habían mirado dentro y no fuera. Intentaron erigir sistemas sobre los inciertos cimientos de las hipótesis y especulaciones humanas, en vez de basarlas sobre las inmutables leyes de la Providencia manifestada en el mundo material. Bacon rompe los barrotes de esta cárcel mental: invita a la mente a liberarse e investigar la naturaleza”. (Davies, Logia of Mathematics).
La fama de Bacon se basa principalmente en su “Novum Organum”, la segunda parte de su “Instauratio Magna”. “El objeto de éste fue proporcionar al mundo un modo mejor de investigación de la verdad; esto es, una lógica mejor que la llamada aristotélica o método silogístico; una lógica cuyo fin no debería ser aportar argumentos para la controversia, sino investigar la naturaleza y, por la observación e inducción completa de los particulares, llegar a la verdad”.
Es significativo que, al elegir un nombre para “opus mágnum” escoja la misma palabra, “Organon”, usada por Bacon, y antes de él por Aristóteles, cuyo método filosófico, mal representado y mal aplicado por los escolásticos de la edad media, Bacon resistuyò a su verdadero lugar con sus propias mejoras.

“Medicina Racional”
La Medicina Científica debe adaptarse al menos a tres requerimientos: 1.Debe basarse en hechos. 2. Debe ser racional, esto es, lógica. 3. Debe ser demostrable cierta.
No es suficiente para la medicina ser simplemente “racional”. Cuando la gente creía que las epidemias eran enviadas por las deidades ofendidas, era “racional” que sus hijos debían ser ofrecidos como sacrificios propiciatorios. Si uno cree que la enfermedad es meramente un “error de la mente mortal” será “racional” adoptar los métodos de la Sra. Eddy.
La llamada “Medicina Racional”, desde los tiempos de Hipócrates (cuyos “cuatro humores”, “enfermedades humorales” y “remedios humorales” aún existen, enmascarados bajo el mal disfrazado término de “sueroterapia”), ha sido siempre “racional”, pero con demasiada frecuencia ni lógica, basada en hechos, ni demostrable cierta.
Qué confesión de ignorancia del arte curativo y de ciego culto de los falsos dioses contienen los siguientes párrafos de un reciente editorial en una prominente revista médica: “Ningún record en la historia iguala la cifra de muertes de la Guerra Mundial y la pandemia de influenza acompañante. En esas dos gigantescas convulsiones el hombre estaba indefenso.
“En la lucha contra la influenza la medicina y la ciencia pudieron salvar solo a unos pocos. Si experimentáramos una repetición de la epidemia, tanto suave como severa, ¿estaríamos preparados para enfrentarnos a ella?”
Las estadísticas de la referida epidemia mostraban una pérdida total bajo el tratamiento “corriente”, de aproximadamente un millón de vidas en los Estados Unidos, con una tasa de mortalidad alrededor del ¡treinta por ciento!
Realmente una hecatombe sobre los altares de la moderna “medicina racional”, de cuyo espanto podemos darnos cuenta por el hecho de que en cincuenta mil casos referidos por médicos Holìsticos la mortalidad fue sólo alrededor del ¡uno por ciento!

Los principios de trabajo de La Medicina Celular
Será de utilidad repasar algunos principios que Hahnemann estableció como guía en su gran trabajo de creación de una nueva ciencia y arte terapéuticos. Estos se encuentran sucintamente formulados en el prefacio a la segunda edición del Organon.
Ahí define ampliamente la medicina como “una ciencia experimental pura, como la física y la química”.
Declara: “La medicina puede y debe asentarse en hechos claros y fenómenos sensibles, pues todas las cuestiones que tienen relación con ella son claramente cognoscibles por los sentidos a través de la experiencia. El conocimiento de la enfermedad para ser tratada, el conocimiento de los efectos del medicamento y cómo los efectos averiguados de los medicamentos van a ser empleados para la eliminación de la enfermedad –todo esto es adecuadamente enseñado por la experiencia, y sólo por la experiencia. Sus cuestiones sólo pueden derivar de la experiencia pura y de las observaciones, y no arriesgarse a dar ni un solo paso fuera de la esfera de la experiencia pura bien observada y los experimentos, si se quiere evitar convertirlos en una nulidad y una farsa”.
Continúa: “La razón sola no puede conocer nada por sí misma (a priori), ni puede desarrollar sola por si misma ninguna concepción de la naturaleza de las cosas, de las causas y los efectos; sus conclusiones sobre lo fàctico deben basarse siempre en percepciones sensibles, hechos y experiencias, si quiere obtener la verdad. Si en su actuación se dejase desviar un solo paso de la guía de la percepción, se perdería en la ilimitable región de la fantasía y la especulación arbitraria, madre de la perniciosa ilusión y de la absoluta nulidad”.
“Tal”, dice, “ha sido hasta ahora el espléndido malabarismo de la llamada medicina teórica, en la que concepciones a priori y sutilezas especulativas sólo mostraban cosas que no podían ser conocidas, y que no eran de ninguna utilidad para la curación de la enfermedad.
“En las ciencias experimentales puras,”continúa, “en física, química y medicina, la razón meramente especulativa consecuentemente no puede tener ninguna voz; aquí, cuando actúa sola, degenera en vacías especulaciones y fantasías y produce sólo hipótesis azarosas que son, y por su misma naturaleza deben ser, autoengañosas y falsas.”
Ameke, ha hecho un iluminado comentario sobre el último párrafo citado. Dice: “La gran diferencia entre Hahnemann y la anterior escuela histórica natural la expresa él mismo con una palabra de una letra: “y”. Hahnemann habla de “física, química y medicina”; ellos dicen: “la medicina es física y química aplicadas” y fundamentan la medicina en esas dos ciencias”. Hahnemann fundamenta la medicina, no en la física y la química, sino sobre las leyes universales de la Vida y el Movimiento.
Hahnemann parte, pues, de la concepción de Vida como un poder o principio, un ente, real o sustancial, que tiene sus leyes propias, y refiere todos los fenómenos de salud y enfermedad a él bajo dos nombres: “La Dynamis” y “La Fuerza Vital”. Este es el mayor descubrimiento de Hahnemann, y la piedra angular absoluta de su sistema.
Las palabras “fuerza” y “fuerza vital” fueron usadas inadecuadamente en conexión con esto, sin embargo, haciendo difícil para algunos formarse un concepto claro de qué es la vida en su relación filosófica con la homeopatía. El no hacer una distinción entre poder y fuerza ha provocado siempre confusión. La palabra “fuerza” generalmente, así como en el Organon, es usada laxamente para expresar la idea de un poder o energía operante u operativo; de cualquier poder o agente activo que tiende a cambiar el estado de la materia; y este es el sentido en el que Hahnemann usa frecuentemente la palabra en el Organon cuando habla de “la fuerza vital” como lo que actúa y sobre lo que se actúa en la enfermedad y la curación.
Ahora bien, como una cuestión de hecho, nosotros no actuamos sobre la fuerza ni sobre el movimiento. Esos términos expresan ideas o conceptos abstractos, que ponen a las cosas o realidades concretas que hay tras ellos en la relación de efectos a causas.
Fuerza y movimiento son meramente fenómenos del poder que los produce. Poder es la propiedad de cualquier cosa o sustancia en virtud de la cual es capaz de producir cambios en ella misma, o en cualquier otra cosa o sustancia.
Movimiento es el resultado de la aplicación de fuerza. Fuerza es el producto de un poder o energía. El poder inherente a un cuerpo es una cosa completamente distinta a la fuerza ejercida por él o sobre él.
La acción (movimiento) tiene lugar sólo en, o en conexión con lo que tiene poder para reaccionar o resistir, la cosa misma, ya sea una piedra, una máquina o un organismo vivo. La cosa misma es siempre sustancial, teniendo una existencia real objetiva, incluso si es intangible o invisible. Estrictamente hablando, nosotros no actuamos sobre la fuerza vital, sino sobre la vida misma, la sustancia real, objetiva, aunque intangible, desde la que el organismo vivo evoluciona, de la que está compuesto y de la que procede la fuerza vital.
El organismo no evoluciona de la nada. “De la nada, nada sale”. El organismo vivo es un desarrollo, una evolución a partir de una célula microscópica, que es ella misma un organismo compuesto de materia viva y un núcleo, desarrollado de sustancia viva invisible que atrae, asimila y transforma elementos tangibles del mundo material.
Todo lo vivo viene de vida precedente en una cadena ininterrumpida, el último eslabón concebible de la cual está en la Infinita y Eterna Fuente de Vida, el Ser Supremo. La metafísica reconoce esta concepción bajo el término de “La Vida Cósmica”, siendo ésta una teoría impersonal podría orientarnos hacia la luz.
Al pensar sobre esta cuestión es necesario, para evitar confusión, tener clara en la mente la distinción entre la cosa misma y su acción. No puede haber acción sin algo que actúe; ni fenómenos sin el ser del cual sean expresión; ni fuerza sin el poder que ejerza la fuerza; ni pensamiento sin un pensador. Las palabras acción, fenómenos, fuerza, pensamiento , representan ideas abstractas, separadas de las cosas o causas sustanciales reales que están tras ellas, a efectos de pensamiento.
Nosotros no vemos el movimiento, vemos un cuerpo cambiar su posición en el espacio, como cuando uno coge un libro de un lado del escritorio y lo coloca en otro lado. No vemos la fuerza; vemos el efecto de la fuerza sobre un cuerpo al cambiar su posición en el espacio. No vemos la vida; vemos sólo su manifestación en el organismo. Pero sabiendo intuitivamente y por experiencia que no puede haber efecto sin una causa, ni movimiento sin fuerza, ni fuerza sin algo o alguien que ejerza poder, asumimos la existencia de ese poder, persona o cosa como un hecho primitivo y le damos un nombre, aunque no podamos ver el poder, persona o cosa con el ojo físico, ni incluso con la ayuda de un ultramicroscopio. Vemos la sustancia primaria, poder, persona o cosa con el ojo mental y eso basta.
Rehusar a ver y conocer la sustancia, principio, poder o persona que hay detrás de la fuerza; y confinarse a pensar dentro de los límites de la materia, fenómenos y fuerza, es matar las más altas aspiraciones del alma, embrutecer el intelecto y llevar al pensador al atolladero del materialismo. Una cierta clase de pensadores, especialmente en física, se jactan de su rígida limitación de pensamiento dentro de los fenómenos físicos. Niegan no sólo la validez de cualquier intento para ver qué hay más allá de los fenómenos, sino la realidad y existencia sustancial de algo que esté más allá de esa arbitraria frontera. La metafísica es su aversión favorita. Tales hombres invariablemente se enredan en un laberinto de contradicciones y absurdos, y extravían a sus seguidores. Hacen malabarismos con las palabras, invierten los términos de las proposiciones lógicas, formula “silogismos circulares” y hacen que las causas sigan a los efectos.
El pensamiento e indagación metafísicos son totalmente legítimos y válidos, y totalmente capaces de ser conducidos lógica y científicamente, como la investigación física. Hay una metafísica válida y científica así como una física.
George Henry Lewes dice: “Es en la experiencia –nuestra propia o la de otros- sobre lo que nos apoyamos. No tenemos libertad para inventar la experiencia, ni para inferir algo contrario a ella, sólo para extenderla analógicamente. La especulación para ser válida debe ser simplemente la extensión de la experiencia por analogías de experiencias (…) Es posible moverse con seguridad en el terreno de la especulación en tanto escojamos cuidadosamente nuestro camino, y consideremos cada posición insegura hasta que lo que era meramente probable llegue a ser demostrado”.
Hahnemann al principio aparentemente tenía la distinción entre poder y fuerza bastante claramente en mente en su uso, en el Organon, de los dos términos: “Dynamis”, el poder vital, la sustancia, la cosa misma, objetivamente considerada; y “Fuerza Vital”, la acción del poder; pero no mantiene uniformemente la distinción en su posterior uso de las palabras. Toda duda es eliminada en cuanto a la última posición en su posterior uso de las palabras. Toda duda es eliminada en cuanto a la última posición de Hahnemann y la cuestión se sitúa fuera de toda controversia, en lo que a él le toca, sin embargo, en la sexta edición del Organon, que es la última accesible a la profesión. En esta edición Hahnemann invariablemente usa el término no Principio Vital en vez de Fuerza Vital, incluso habla en un lugar de “la fuerza vital del Principio Vital”, aclarando así que él sostiene firmemente la visión sustancialista de la vida, esto es, que la Vida es un ente objetivo sustancial; un poder o principio originante primario, y no una mera condición, o “modo de movimiento”.
De esta concepción surge la teoría dinámica de la enfermedad, en la cual se basa la patología hahnemanniana, es decir: que la enfermedad es siempre primariamente un disturbio dinámico (o funcional) del principio vital. Sobre esto se erige el edificio entero de la medicación terapéutica, gobernado por la ley del similla como principio selectivo.
Luego la Vida no es primariamente un fenómeno. Es la causa de los fenómenos. La Vida no es, estrictamente hablando, una fuerza; es una sustancia, un poder o principio que actúa para ejercer o causar una fuerza. La Vida es un ente sustancial, auto-existente, auto-operante, no una mera abstracción. En breve, la Vida es sustancia vital incorpórea inteligente –la original “sustancia simple” de los antiguos.
La Vida, en un sentido dinámico, es energía –el principio y causa universal de la acción y reacción vital, de la organización, crecimiento, autoconservaciòn y reproducción, inherente a todas lasa cosas vivas.
La Vida, por consiguiente, se incluye en el principio general de la ciencia, que declara que “toda fuerza es persistente e indestructible”; y esta es la formulación científica de la doctrina de la Inmortalidad.
La energía debe existir antes de que se pueda hacer el trabajo. De donde, la vida y la mente, lógica y necesariamente, preceden a la organización, y así deben ser no sólo la causa, sino el poder controlador de la organización. La Vida construye el cuerpo y lo preserva, en tanto sea necesario para los fines del “espíritu racional que nos habita”, alma espiritual.
Todas las escuelas de filosofía moderna están de acuerdo en que “la vida sólo puede venir de vida previa”. Como doctrina científica la teoría de la “generación espontánea”, después de siglos de obstinadamente contestada existencia, ha sido abandonada por todos, excepto por muy pocas obstinadas personas de la escuela materialista que aún se aferran a la antigua falacia, sin darse cuenta de que la tierra ha desaparecido bajo ellos y han quedado, como el ataúd de Mahoma, suspendidos en el aire.
Paso a paso, con muchos largos periodos de inactividad y a veces de retroceso, la búsqueda del origen de la vida ha continuado. Repetidamente , cuando se enfrentaban a la necesidad lógica de dar el paso final y reconocer a la Única Infinita y Eterna Fuente de Vida, los investigadores obstinadamente han vuelto atrás y han comenzado de nuevo, sólo para volver al mismo punto ineludible.
Lo mismo el químico, el físico y el biólogo, cada uno en su propio camino, lo persiguen hasta el final, y se encuentran con sus compañeros al borde del gran misterio que sólo puede ser resuelto admitiendo la existencia del Ser Supremo.
El químico, guiado por la ley de la afinidad química y la atracción molecular, llega a la esfera de Atracción Universal. Se detiene y vuelve otra vez. El biólogo, remontándose a través del organismo a la célula, y aún más atrás a las partículas de protoplasma sin forma, se queda, como si dijéramos, en la orilla del infinito océano de la vida, también se para y vuelve, en vez de desplegar las velas de su pequeña barca y navegar con fe, si es preciso, hacia el puerto que está a simple vista si quiere simplemente abrir los ojos y mirar. El físico analiza la materia, la divide y subdivide hasta desaparecer en el hipotético, inanimado, ininteligente éter del espacio, que él concibe como la fuente tanto de la materia como de la fuerza, y ahí él también se para. Cada uno está insatisfecho y debe siempre permanecer así hasta que, se rinda a ese íntimo impulso del alma que exige de cada hombre que dé el paso final y reconozca la Infinita Vida y Mente del Universo, la fuente y sustancia de todo poder, el Padre Eterno, a quien debe lealtad espiritual y la búsqueda de la trascendencia a través de la autorrealización.

















NUEVA PLATAFORMA FILOSOFICA DE LA MEDICINA CELULAR HOLISTICA

Osteópatas, los quiroprácticos, los cientistas cristianos y sanadores mentales, psíquicos y espirituales, todos los cuales “practican medicina” en el amplio sentido del término.
Hay un viejo dicho: “Coge nueve sastres para hacer un hombre”. Ahora nosotros podríamos decir: “Coge nueve especialistas para hacer un médico”, si no fuera por que nueve no serían suficientes para hacer un buen y completo médico de la vieja escuela. El Médico Holisitico busca cada día nuevas formas terapéuticas.
La gente se da cuenta, de una forma más o menos oscura, que están recibiendo de la profesión médica muchísimas cosas que no quieren, y no reciben algunas muy importantes que necesitan. El fracaso del cirujano y los especialistas de órganos para hacer algo más que paliar o eliminar los productos tangibles de la enfermedad; el surgimiento de la seductora suero y vacunoterapia y el reinado de la, reptil derivada, aguja hipodérmica; la desaparición del generalista con el sistema de educación médica que lo creó y el rechazo de la profesión a aceptar la benéfica ley de medicación terapéutica y sus corolarios enunciados.
¿Realmente estamos mejor con toda la elaborada especialización en medicina? En ciertos aspectos, quizás, si. En general, no. Un razonable nivel de especialización en medicina, como en otras profesiones, es necesario y beneficioso. La medicina cubre un campo muy amplio. Demasiado grande para ser abarcado por las actividades de cualquier individuo, a no ser de una manera amplia. Las exigencias de la situación requieren que se deba dividir en ciertos apartados, cada uno de los cuales es suficientemente amplio para ocupar completamente el tiempo, el talento y la energía de un hombre. Pero nadie puede hacer con éxito el trabajo de un apartado sin reconocer la unidad esencial de la medicina y la relación vital del apartado elegido con todos los demás. Especialmente esto es cierto para el internista –el que se dedica a la medicina curativa, a diferencia de la medicina preventiva y la cirugía; y aún es más cierto para el fármaco-terapeuta, que confía principalmente para sus resultados en el uso científico de las drogas.
La relación orgánica, vital entre todos los apartados de la medicina, no debe ser nunca olvidada. La ciencia de la medicina existe sólo para que el arte de la medicina pueda hacerse efectivo en la prevención, mejoría y curación de la enfermedad. Las especialidades en medicina son de escaso valor en el tratamiento de la enfermedad a menos que sean correlacionadas y dirigidas en su aplicación por el internista –el generalista- que ve y trata cada caso como un todo. Toda la cirugía, toda la órgano especialización, toda la teorización, investigación de laboratorio, clasificación, denominación y explicación de las enfermedades importan muy poco si no conducen a la curación del paciente.
Ahora bien, la curación se refiere al caso como un todo, no meramente a una parte o a un órgano. Un ser humano es algo más que una colección miscelánea de ojos, oídos, nariz, garganta, pulmones, etc., órganos que los especialistas ordinarios, si se les deja, habitualmente tratan como si fueran independientes unos de los otros. Son sólo partes de una máquina muy intrincada - la máquina más intrincada del mundo. Están ensamblados de acuerdo con un maravilloso plan trazado por el Diseñador del Universo con la finalidad de utilizar el divino poder de la vida. La vida, el poder motriz, fluye a través de todos ellos y los une en un todo orgánico. Cada parte depende de cada una de las demás, y todas actúan juntas como una, en la salud o la enfermedad. Todas las enfermedades se originan como un disturbio del principio vital. Ningún órgano puede llegar a enfermar sin un disturbio precedente del principio vital del que todos los demás órganos participan.
La curación de la enfermedad tiene lugar del mismo modo. El remedio curativo, por medio de los nervios y vasos sanguíneos, actúa primero sobre el principio vital, presente en todo el organismo, y luego sobre las partes afectadas, de una manera perfectamente natural. Sólo es necesario que el remedio sea correc­tamente seleccionado, adecuadamente preparado y administrado por las vías natu­rales, en dosis apropiada para obtener sus efectos curativos. No se requiere ninguna aguja hipodérmica. El que sabe cómo hacer estas cosas nunca comete el error de tratar una parte como si estuviera aislada. Ante su ojo mental está siempre representado el paciente individual -el caso como un todo.
Es una característica de la medicina celular que todos sus procesos prácticos estén regidos por el principio de individualización. En sus ensayos de medicamentos; en su estudio de la materia médica recopilada a partir de esos ensayos; en su examen de un paciente y el estudio de un caso, en su selección del remedio y su manejo de cualquier tratamiento auxiliar requerido, intenta siempre individualizar.
La medicina celular reconoce la individualidad de cada droga y sustancia en la
naturaleza. Su. método de probar o ensayar drogas sobre la persona sana está diseñado y usado con la expresa finalidad de obtener la individualidad sintomática de cada droga, de modo que puedan establecerse sus poderes completos y sus relaciones. Una droga está sintomáticamente indicada en un caso o no lo está. No hay sustitutos para el prescriptor concienzudo. Se establece y se lleva a cabo una comparación sintomática entre drogas similares hasta que una (la que presenta el más estrecho síntoma-semejanza con el caso) destaca claramente como el remedio indicado.
La medicina celular reconoce la individualidad de cada paciente o caso. El examen entero de un paciente se realiza con la intención de descubrir no sólo los rasgos generales o comunes del caso, por los que puede ser clasificado diagnóstica y patológicamente, sino los síntomas especiales y particulares que diferencian el caso de otros de la misma clase general. Reconoce el hecho de que no hay dos casos o pacientes, incluso con la misma enfermedad, que sean exactamente iguales, y mantiene que una verdadera ciencia terapéutica debe permitir al médico reconocer esas diferencias y encontrar el remedio necesario para cada individuo. En la práctica real las «diferencias» son con mucha frecuencia el factor decisivo en la elección del remedio. Para usar una frase citada recientemente: «La medicina celular no trata enfermedades. Trata pacientes». En una palabra, individualizada. Se puede añadir que la homeopatía es el único método por el que el prescriptor es capaz de individualizar su medicación hasta ese punto.
En el tratamiento auxiliar se aplica el mismo principio en lo posible. En dietética, por ejemplo, en lugar de establecer rígidas reglas y hacer una dieta compuesta por una lista de artículos seleccionados solamente por su supuesta re­lación química o fisiológica con el caso, se consideran y tienen en cuenta las idiosincrasias del paciente, sus gustos y disgustos, sus agravaciones y mejorías, revelados por sus síntomas. Se consulta a la naturaleza, así revelada por el temperamento, constitución e historia clínica del paciente.
Esto no quiere decir que las consideraciones teóricas no sean de ninguna utilidad o valor, sino simplemente que la teoría debe ser verificada y modificada por los hechos como se revelan en el individuo. Que un paciente deba tomar o evitar un cierto artículo de alimentación no significa que siempre pueda hacerlo. Frecuentemente no puede hacerlo. El conocimiento de los principios y métodos de la medicina celular holistica permite así al médico hacer esos ajustes y modificaciones individuales inteligentemente y vencer obstáculos de otro modo insuperables.
La cuestión de la susceptibilidad individual a la acción medicinal debe considerarse. La susceptibilidad a la influencia medicinal varia en diferentes individuos según el momento y las circunstancias, así como los diferentes fármacos. En estado de salud uno puede ser susceptible a la acción de un medicamento en un momento y bajo ciertas circunstancias y no en otro momento y bajo otras circunstancias. Aún más, uno puede ser constitucionalmente susceptible sólo a unos cuantos medicamentos. En estado de enfermedad, la susceptibilidad al medicamento potenciado, sintomáticamente similar, esta grandemente aumentada, pero en ese caso la acción es curativa, aunque pueden aparecer nuevos síntomas (ensayo) si la potencia no es apropiada o se toma demasiada dosis.

La edad, el sexo, el temperamento y la constitución; la ocupación, los hábi­tos, el clima, la estación, el tiempo; la naturaleza, el tipo, la extensión y el estadio de la enfermedad; de hecho, todo lo que modifique el status psicológico, fisiológico o patológico del paciente individual modifica, al mismo tiempo, la susceptibilidad al medicamento, aumentándola o disminuyéndola, en la salud y en la enfermedad. Todos esos factores modificadores deben ser observados, considerados, sopesados, y su influencia estimada al conducir un ensayo, o al tratar un caso.

El éxito en el tratamiento depende en gran parte, por lo tanto, de la habilidad para medir correctamente el grado de susceptibilidad del paciente a la medicación.

Nihilismo terapéutico

Aunque se ha extendido a todas partes del mundo civilizado, contándose sus practicantes por millares y sus pacientes por millones. Conversiones ocasionales entre las filas de la escuela dominante, aparentemente han hecho poca impresión sobre la profesión en conjunto, pero la influencia de los principios está aumentando perceptiblemente con el paso del tiempo. Por largos, tediosos, tortuosos caminos la ciencia médica parece aproximarse a la meta alcanzada hace más de un siglo.
Esto es sólo otra ilustración del hecho de que los poetas, profetas y filósofos frecuentemente perciben grandes verdades y las enuncian al mundo mucho antes de que los lentos científicos consigan demostradas a su propia satisfacción.
La intuición, la más alta facultad de la mente humana, hace su certero ca­mino aéreo, mientras la búsqueda y la investigación avanzan laboriosamente en su camino sobre la tierra. Los principales objetos de controversia en el pasado han sido: 1, la idea de un principio general de medicación curativa; 2, la doctrina de la potenciación y la dosis mínima; 3, los ensayos de medicamentos sobre la persona sana, y 4, el remedio único.
Rehusando someter estas cuestiones a la prueba de la investigación y expe­rimentación sistemática competente, y frustrados en sus propios esfuerzos para encontrar una forma acertada de tratar al enfermo mediante medicación, los líderes de la escuela dominante prácticamente han abandonado los fármacos, y ahora confían principalmente en los métodos higiénicos, completados más recientemente por el uso de sueros y vacunas.
En patología y fisiología ha habido una gradual liberación de la tiranía de la autoridad que tanto tiempo ha tenido presa a la profesión médica. Pero en farmacoterapia esta tendencia nihilista le ha llevado casi hasta el punto de la com­pleta negación.

Osler escribió en 1901: «El mejor médico es el que conoce la inutilidad de más medicinas».

Barker, su sucesor en el John Hopkins, dice: «El golpe mortal primero ha para la polifarmacia. Hoy día según muchos, la farmacoterapia en su conjunto casi moribunda».

Billing, en su discurso como presidente de la American Medical Association, dice: «Las drogas, con la excepción de la quinina en la malaria, y el mercurio en la sífilis, son inútiles como remedios».
Musser, de Filadelfia, dos años después, desde la misma cátedra decía: « Se ve usar drogas cada vez menos».
Cabot, de Harvard, decía: « No se si ustedes, caballeros, se dan cuenta de qué proporción tan grande de nuestros pacientes son tratados sin ninguna droga en absoluto, y qué poca fe tenemos hoy día en el poder curativo de las drogas».
Estos extractos indican a qué extremo han llegado algunos finos observadores, claros pensadores y hombres honestos de la escuela dominante, en ausencia de un principio general de medicación terapéutica. Mientras tanto la clase de tropa sigue impasiblemente por el mismo viejo camino de perniciosa medicación.
Cegada por el orgullo profesional y los prejuicios, la escuela dominante en su conjunto ha antagonizado encarnizadamente o ignorado el principio enunciado hace un siglo y demostrado por él y sus sucesores continuamente desde entonces.
En ninguna profesión, tal vez, ha habido tan poca apertura mental, tan poco espíritu verdaderamente científico, impersonal como en medicina. Verdaderamente pocos, de una u otra escuela, han podido remontarse por encima de los estrechos celos personales y profesionales que han impedido la libertad del reino impersonal más elevado de la ciencia pura. La controversias, más que el espíritu científico, ha predominado demasiado en ambos lados.
Una de las primeras y más importantes verdades que se enseña es que las drogas, en forma cruda y ordinariamente llamadas dosis fisiológicas, tienen el poder de enfermar incluso a la gente que está bien. Esto se demuestra por los registros patogenèticos de cada droga en nuestra materia médica. Cuánto más perjudiciales serán las drogas para las personas enfermas, con su poder de resistencia más bajo y su aumentada irratibilidad, como fácilmente podría inferirse teóricamente, si las tasas comparativas de mortalidad no aportaran continuamente pruebas de su influencia mortal y no hicieran superfluas tales inferencia.
La medicina general ha hecho grandes avances principalmente en Biología, Fisiología, Patología y Bacteriología. La investigación y los descubrimientos en esos campos han revelado hechos que no sólo tienden a confirmar, sino a aclarar los principios esenciales. Esto ha escapado a la atención de ciertos líderes de la escuela dominante de medicina, aunque por razones obvias prefieren no extenderse sobre esto públicamente. Habiendo hecho y anunciado un importante descubrimiento en ciencia médica, no ha halagado la vanidad de uno el haber mostrado que en todos los puntos esenciales el mismo descubrimiento fue hecho, anunciado y puesto en práctica de una mejor forma hace más de un siglo, por alguien que ha estado sujeto al vituperio y el desprecio por un amplio sector de la profesión desde entonces.
La biología moderna ha confirmado nuevamente en su creencia de que tienen no sólo la ley básica de la medicación terapéutica, sino también de toda reacción tisular. El estudio de las reacciones del protoplasma a los estímulos (químicos, eléctricos y mecánicos) ha llevado a la formulación de la ley biológica ahora universalmente aceptada: «El mismo agente que en cantidades relativamente grandes daña o destruye la actividad, en cantidades relativamente pequeñas la estimulará».
Este es sustancialmente un enunciado de la conocida ley en que se basa la Medicina Celular. Establece un firme fundamento para un sistema práctico de medicación terapéutica formulado por los métodos de la ciencia experimental pura. Esto lleva natural y lógicamente a la experimentación sistemática con drogas sobre sujetos sanos, para determinar sus relaciones titulares naturales y afinidades orgánicas, y el tipo de reacciones que su administración despierta.
Las reacciones en el sujeto vivo se manifiestan por cambios funcionales y titulares perceptibles que, en el caso de los seres humanos, pueden ser sentidos e inteligentemente observados, descritos, medidos y registrados. En lenguaje médico, las reacciones se expresan por síntomas, subjetiva y objetivamente. Bajo este principio y por este método se han construido nuestros ensayos, y a partir de esos ensayos se ha construido nuestro Sistema Médico.
Las pruebas, por supuesto, son llevadas a cabo con dosis sólo suficientes para despertar reacciones características sin dañar o destruir la vida, pues de otro modo se frustraría el fin propuesto.
Conociendo experimentalmente los efectos dañinos o patogenèticos de dosis relativamente grandes de una droga sobre el sujeto sano; conociendo también que dosis relativamente pequeñas de la misma droga ejercen un efecto más moderado y estimulante, el siguiente paso lógico es determinar la relación natural entre drogas y enfermedad.
Las reacciones sistemáticas a los agentes patogenèticos de cada tipo, tangibles o intangibles, son observadas y estudiadas por el médico a la luz de este principio, de la misma manera que las reacciones del protoplasma a las drogas y otros estímulos son estudiadas por el biólogo; pues el médico es esencialmente un biólogo, como la medicina es fundamentalmente una ciencia biológica.
Las reacciones sistemáticas a las influencias morbìficas, organismos patógenos y drogas igualmente se manifiestan todas por fenómenos perceptibles o síntomas. De hecho, el estudioso de la sintomatología comparativa de las drogas y las enfermedades no necesita ir muy lejos para darse cuenta de que es imposible trazar una línea clara de demarcación entre ellas. Todas las enfermedades se producen por agentes morbíficos o venenos de algún tipo, generados primaria o secundariamente, y los síntomas de la enfermedad son exactamente similares a los síntomas de las drogas. No es ilógico deducir que los agentes causales directos son similares, si no idénticos, y que las diferencias en los efectos son debidas a diferencias en el tamaño y cantidad de las dosis, las peculiaridades morfológicas de los sujetos y a condiciones diferentes.
La medicina moderna, en su uso de los sueros y vacunas, está demostrando la identidad, o al menos la similitud, de los agentes productores y curativos de enfermedad, y así está demostrando el principio de la Medicina Celular nuestra.
La ley biológica de que tratamos pone otra vez sobre el tapete, como de importancia fundamental, la vieja cuestión de la dosis, que ha sido objeto de tanta discusión en el pasado.

Esciolistas médicos
La profesión médica podría haberse ahorrado una gran parte de las cansadas e inútiles discusiones que han gastado tiempo, papel y tinta en el pasado si pretendidos críticos, antes de entrar en el campo literario, se hubieran al menos informado correctamente sobre la procedencia y el significado de ciertos términos usados por aquellos a quienes atacan. Malinterpretando o usando mal una palabra, le atribuyen un significado arbitrario o imaginario y proceden a apalear a su «hombre de paja».
Al revisar la controvertida literatura Médica, es sorprendente encontrar una parte tan grande que se ha iniciado así. Mucho de ella nunca podría haberse escrito por hombre que hubieran tenido siquiera «un conocimiento de oídas» de otras ciencias distintas a la que ellos dicen representar.
Hombres que comprenden a fondo un tema raramente no se comprenden mutuamente. Han seguido la misma carrera y aprendido el mismo lenguaje. Conocen los fundamentos y esencias de su arte o ciencia común, y conocen también algo de sus relaciones con otras ramas de arte y ciencia.
Todas las verdaderas ciencias están interrelacionadas. Se tocan en muchos puntos. Cada una depende de las otras en muchos aspectos. Frecuentemente «intercambian trabajos» así como palabras.
La entrada en la profesión de medicina ha sido, hasta años recientes, tan fáciles y poco restringidos, que una gran proporción de sus matriculados no tienen siquiera el equivalente a una educación de escuela de gramática moderna. Con poca o ninguna instrucción cultural, y todavía menos científica, de la que corresponde a un hombre bien educado, se les ha permitido hacer una carrera de medicina y ponerse a practicarla. Habilidad innata, una disposición estudiosa y trabajo duro han permitido a algunos de estos hombres disimular sus deficiencias premèdicas y percibir altos honores. Pero la mayoría han sido médicos ineptos, sin los que la profesión y el público hubieran estado mejor. Poco críticos.
En tanto tales hombres confinan su atención estrictamente a la práctica de la medicina, de acuerdo con sus luces, pueden ser olvidados. Pero cuando invaden el campo literario y comienzan a escribir de temas de los cuales conocen poco o nada, e incluso se sitúan como críticos de hombres que supieron hacerlo, la paciencia deja de ser una virtud. Al censurar a los responsables, los editores de revistas y compañías que admiten tales basuras en sus páginas no deberían pasarse por alto. ¡Verdaderamente tienen mucho de que responder!
Un sorprendente ejemplo de la malinterpretación y mal uso de las palabras se encuentra en la voluminosa, y durante mucho tiempo aparentemente interminable, discusión centrada alrededor de la palabra «espiritual», usada por Hahnemann en el párrafo 9 del Organon, donde se lee lo siguiente: «En el estado de salud del hombre, la fuerza vital espiritual (autocrática), la dynamis que anima el cuerpo material (organismo) gobierna con ilimitado poder, y conserva todas las partes, tanto respecto a las sensaciones como a las funciones, de tal modo que el espíritu dotado de razón que habita en nosotros, pueda emplear libremente esos instrumentos vivos y sanos para los más altos fines de nuestra existencia ».
Si se hubiesen molestado en dirigirse a cualquier buen diccionario, podrían haber aprendido que dynamis es un término griego que significa poder o fuerza. El poder o principio objetivamente considerado, aplicado al principio vital.
Mediante el uso de esa palabra y sus adjetivos, dinámica y dinámico (de o perteneciente a fuerzas no en equilibrio; perteneciente al movimiento como resultado de fuerza; opuesto o estático) nos introduce en el dominio de la Dinámica, la ciencia que trata del movimiento de los cuerpos y la acción de las fuerzas para producir o cambiar su movimiento. Medicina dinámica se refiere comúnmente a funcional, como opuesto a enfermedad orgánica.


VIDA, SALUD Y ENFERMEDAD

La vida es la energía y la causa invisible, sustancial, inteligente, individual y coordinadora que dirige y controla las fuerzas implicadas en la producción y actividad de cualquier organismo poseedor de individualidad.
La salud es ese estado equilibrado del organismo vivo en que la integral y armoniosa ejecución de las funciones vitales tiende a la preservación del organismo y al normal desarrollo del individuo.
La enfermedad es un proceso vital anormal, un estado de vida modificado, que es enemigo del verdadero desarrollo del individuo y tiende a la disolución orgánica.
Los fenómenos vitales, en la salud y en la enfermedad, son causados por la reacción de la energía o principio sustancial vital del organismo a diferentes estímulos externos. En tanto un hombre sano viva normalmente en un entorno favorable se mueve, siente, piensa, actúa y reacciona de una manera ordenada. Si viola las leyes de la vida, o se convierte en víctima de un entorno desfavorable, el desorden sustituye al orden, lo insano destruye lo sano, sufre y su cuerpo se deteriora.
Cuando la vitalidad orgánica está agotada, o reiterada, su organismo material transitorio muere, se somete a las leyes químicas y se disuelve en sus elementos, mientras su organismo sustancial espiritual continúa su existencia en un nivel más alto.
Los agentes, materiales o inmateriales, que modifican la salud o causan enfermedad, actúan únicamente en virtud de su propia existencia sustancial como entes y de la coexistencia de la sustancia vital, que reacciona en el organismo vivo a cada impresión de dentro o de fuera. El cuerpo muerto reacciona sólo a los agentes físicos y químicos, bajo la acción de los cuales es reducido a sus elementos químicos y disipado como organismo material.
Todas las reacciones a los estímulos por los que las funciones y actividades del cuerpo vivo se ejercen, se originan en la primitiva sustancia vital en el punto en que se materializa como células y sustancia protoplàsmica.
Los agentes de fuera, que afectan al cuerpo vivo para producir cambios y modificaciones de sus funciones y sensaciones, actúan sobre el protoplasma por medio del cerebro y el sistema nervioso. Alimento, bebida, calor, luz, aire, electricidad y drogas, así como los estímulos mentales, todo actúa primariamente sobre la sustancia viva materializada en las células del sistema nervioso central, poniendo de manifiesto las reacciones que están representadas por funciones y sensaciones.
«La energía reside en el centro, y desde el centro de energía fluye la fuerza».
Los fenómenos de la vida, manifestados por el crecimiento, nutrición, reparación, secreción, excreción, autoreconocimiento, autoconservaciòn y reproducción, todo toma su dirección desde un centro de origen. Desde la célula más baja hasta el más alto y complejo organismo, este principio sigue siendo cierto. La pared celular y el contenido protoplasmático se desarrollan desde el núcleo central, y éste desde el centrosoma, que es considerado como el «centro de energía» en la célula. Todos los fluidos, tejidos y órganos se desarrollan a partir de la célula de dentro a fuera, desde el centro a la periferia.
El control orgánico es desde el centro. En el organismo humano completamente desarrollado la acción vital es controlada desde el sistema nervioso central. Las actividades de la célula son controladas desde el centrosoma, que puede llamarse el cerebro de la célula.
El sistema nervioso central puede ser comparado a una dinamo. Así como una dinamo es una máquina, impulsada por vapor o alguna otra fuerza, la cual, a través de la inducción electromagnética de un campo magnético circundante, convierte en energía eléctrica, en forma de corriente, la energía mecánica invertida en ella, así el sistema nervioso central es una máquina impulsada por energía química, derivada del alimento, que, a través de la inducción electro-vital de un campo vital circundante, convierte en energía vital , en forma de corriente o impulso nervioso, la energía físico-química invertida en él.
Como un sistema de transporte eléctrico depende, para su fuerza de trabajo, de la dinamo situada en su estación central de energía, así el cuerpo humano depende, para la fuerza necesaria para ejercer sus funciones, de la estación central de energía, situada en el sistema nervioso central.
Cualquier disturbio en las condiciones de la estación central de energía es inmediatamente manifestado externamente en algún punto del sistema; y cualquier daño o ruptura en el sistema externo es inmediatamente reflejado recíprocamente en la estación central.
En la salud y en la enfermedad es lo mismo, siendo esencialmente ambas meramente condiciones de vida en el organismo vivo, convertibles una en otra. En cada condición el agente o factor modificante actúa primariamente sobre el principio vital interno, que es la sustancia viva del organismo. Este reacciona y produce fenómenos externos, por medio del cerebro y el sistema nervioso, que se extienden a todas las partes del cuerpo. Alimento o veneno, toxinas o antitoxinas, agentes terapéuticos o microorganismos patógenos, todos actúan sobre y en virtud de la existencia del principio vital reaccionante o sustancia viva del organismo.
La curación de la enfermedad, o el restablecimiento de la salud, igualmente comienza en el centro y se extiende centrífugamente, desapareciendo los síntomas de dentro a fuera, de arriba abajo y en orden inverso al de su aparición.
La resistencia a los agentes morbíficos es desde el centro, donde reina la vida. La resistencia vital es la reacción defensiva de la sustancia viva a los elementos y organismos nocivos y a las causas y agentes productores de enfermedad en general, en obediencia al instinto inherente o ley de autoconservaciòn, que pertenece a la vida organizada.
Metafóricamente hablando, la enfermedad es resistencia. La enfermedad, manifestada por síntomas, expresa la reacción vital y la resistencia del organismo vivo a la incursión de algún agente o influencia perjudicial. Es una batalla, una lucha, una costosa y dolorosa resistencia a un invasor.
Estrictamente hablando, no es contra la enfermedad contra lo que luchamos, sino contra las causas de la enfermedad. Las causas efectivas de enfermedad, en última instancia, son de fuera. No existen en la sustancia vital misma. Son «extrañas al espíritu », a la verdadera naturaleza del hombre. Se hacen operativas o eficaces en el organismo condicionalmente, en virtud de la existencia del principio vital de susceptibilidad, reacción y resistencia, y de un organismo vivo, y a través del cual la acción y la reacción pueden tener lugar.

Materia y Energía
La física afirma que la materia es indestructible. La materia es la sustancia corpórea; la forma de ser o sustancia que está caracterizada por extensión, inercia, peso, etc., o , en general, por las propiedades conocidas por los sentidos. La constitución y el modo de producción de la materia se remonta desde la masa, a través de las moléculas, átomos y electrones, hasta un estado vibratorio o radiante de la materia que se supone existe en el éter interatómico del espacio. El éter es un medio hipotético que llena todo el espacio, a través del cual, en forma de movimiento ondulatorio transverso, se propaga energía radiante o vibratoria de todo tipo, inc1uídas las ondas luminosas. De acuerdo con la física, toda energía existe en el éter, y la materia puede ser considerada, en cierto sentido, como una condensación, «una forma específicamente modificada del éter», como apunta Lodge. Esto es hasta donde la física puede llegar. De la naturaleza y fuente la «Energía», en otras palabras, de qué es lo que irradia a través del éter en de «ondas transversas», la física no puede decirnos nada. Al establecer esta concepción, la ciencia tácitamente admite el carácter sustancial del éter, o energía en general, y de las formas específicas de energía en particular, aunque su fraseología es con frecuencia vaga y sus términos contradictorios. La física, sin embargo, se adhiere a los principios generales de la indestructibilidad de la materia y la persistencia de la energía. Está así muy en consonancia con la posición más avan­zada tomada por la filosofía sustancial. Ya es mucho haber llegado a ese punto en el pensamiento. Pero de la sustancia viva incorpórea, o Vida, Mente e Inteligencia como la fuente y base primaria de toda energía, la ciencia corriente tiene hasta ahora sólo una débil concepción; aunque más de un físico ha llegado a la conclu­sión de que, en última instancia, toda fuerza es una manifestación de la Voluntad, y que toda acción física es primariamente una acción psíquica.
La biología sigue la pista de la materia remontándose desde el organismo a través de las células, núcleos, hasta el centrosoma, un órgano que se encuentra en el protoplasma, pero habitualmente sólo existe en estrecha conexión con el núcleo. Cuando es activo el centrosoma se dice que está «en el centro de una esfera de atracción y un sistema de rayos», y es considerado como el centro dinámico que gobierna la cariocinésis y la división celular.
La biología, por consiguiente, cuando se examina atentamente, vemos que reconoce, al menos tácitamente, la existencia de la vida como una energía sustan­cial, un ente, indestructible, ¿Cómo o por qué otra cosa podría ser generada la fuerza vital necesaria para llevar a cabo los procesos vitales? ¿Cómo si no podría haber en la célula un «centro dinámico»? Centro dinámico significa «centro de energía». Estáticamente, energía significa capacidad de una persona o cosa para el trabajo, para producir la fuerza por la que se hace el trabajo. Debe haber una fuente de la que se produce o sale la fuerza, y esa fuente debe ser sustancial. Cinéticamente, la energía es la causa, la fuerza es el medio y el trabajo es el efecto. La energía, por consiguiente, considerada como un atributo o como la cosa misma, es efecti­vamente un ser sustancial, un ente.
Puesto que la vida sólo puede venir de la vida, la biología, al colocar al centrosoma en el centro de una «esfera de atracción», lo coloca en un campo circundante de lo que sólo puede ser sustancia viva incorpórea, sólo desde el cual podría atraerse lo necesario para construir la célula y dotarla de las funciones de organización, crecimiento y reproducción.
Como agente activo y centro de atracción, el centrosoma es un medio, situa­do entre el campo de vida, por un lado, y el campo de materia por el otro, actuando bajo la ley de atracción o afinidad, mediante el cual la fuerza vital es sacada del campo vital circundante y convertida o transformada en la energía física o química que actúa directamente sobre la materia de la que está compuesta la célula. Tam­bién el centrosoma, como el sistema nervioso central, puede compararse a este respecto con una dinamo, que actúa de una manera similar en la conversión de energía mecánica en energía o corriente eléctrica.
La biología, hasta ahora, no es ni explícita ni comprensiva en esta materia.
Coloca al centrosoma «en el centro de un campo de atracción», pero no define o enumera todo lo que contiene ese campo. Al enumerar sólo las fuerzas físicas o químicas y las diferentes formas de materia de que se compone la célula, implica que eso es todo lo que contiene el campo.La biología, la ciencia de la vida y las cosas vivas, evade así el reconocimiento de la Vida como una energía, principio o sustancia especifica, y la define meramente como un estado del organismo, una condición; o como surgida de elementos y fuerzas físicas y químicas que actúan dando como resultado, de algún modo inexplicable, la evolución de los seres vivos individuales y el desarrollo de las especies.
Tal definición no explica algunos de los más importantes fenómenos de los organismos vivos, como el crecimiento, la reproducción, la autoreparaciòn y los constantes cambios con continuada identidad (sin hablar de conciencia, sentimiento y pensamiento), porque deja fuera de la Vida, el elemento más importante de todos. Es como el monólogo de Hamlet dejando a Hamlet fuera.
Es un axioma de la biología que la vida viene sólo de vida precedente.
El campo circundante de la «esfera de atracción», en el centro del cual la biología coloca el centrosoma, debe, por lo tanto, contener la sustancia vital, así como la materia de que está compuesta la célula, sobre la que se ejerce la atracción.
La atracción es una fuerza ejercida mutuamente sobre cada uno por dos o más cuerpos, partículas o sustancias, tendiendo a aproximarlos unos a otros o a impedir su separación.
Como agente activo o centro de atracción, el centrosoma es un medio, situado entre la vida por un lado y la materia por otro.
El sistema nervioso central, compuesto de innumerables células, con sus núcleos y centrosomas, ha sido comparado ya con un dinamo. De la misma forma, cada célula individual con su núcleo y centrosoma puede considerarse una dinamo en miniatura. Una dinamo es esencialmente un convertidor de una forma de energía en otra. Estando en el centro del campo de atracción y actuando en todas direcciones bajo la ley de atracción, el centrosoma, a través de la inducción del campo vital circundante, convierte la energía química derivada de la materia nutriente en energía vital.
De ningún otro modo y de ninguna otra fuente el centrosoma podría atraer ese elemento dominante, por el cual el cuerpo y el cerebro humano están dotados de sus peculiares propiedades y funciones de organización, crecimiento, autoreparaciòn, reproducción, inteligencia, razón, sentimiento y voluntad.
La electricidad, en su teoría de la inducción y conversión electromagnética, ha preparado así el terreno para una más clara comprensión del modus operandi del principio vital.
Las explicaciones de la física y la biología sirven igualmente para la Medicina Celular nuestra, en sus aspectos físicos y biológicos. La ionizaciòn, por ejemplo, la separación de los electrolitos en aniones y cationes por solución u otro procedimiento, químico o mecánico (la teoría de la disociación electrolítica), es una adecuada explicación física de lo que ocurre en la preparación por trituración, solución y dilución, según una escala, de las altas potencias. Los tan ridiculiza­dos y discutidos «infinitesimales» se descubre por fin, en los , últimos avances de la ciencia, que son «propiedad común», bajo la teoría matemática general de los infinitesimales. Los físicos y los biólogos, así como la Medicina Celular Holistica, han llegado a la adopción de la teoría del infinitesimal para explicar sus fenómenos, y de la cantidad infinitesimal para cumplir sus fines.
Los maravillosos logros de la física, química y electricidad modernas han sido posibles sólo por el conocimiento de los poderes, propiedades y leyes de lo infinitesimal.
Las matemáticas, la más grande y antigua de las ciencias, abrió el camino con su Cálculo Diferencial e Integral, y puso los cimientos sobre los que se han construido las ciencias que han venido después, entre ellas la homeopatía.

La naturaleza de la enfermedad

Se ha dicho de la Medicina Celular que «no es una teoría de la enfermedad, sino una teoría de la curación». Esto es una frase aceptada, pero como muchos otros epigramas encierra sólo una verdad a medias, y las medias verdades son fatales para un pensar correcto. Se puede comprobar fácilmente, que en el mismo fundamento de la Medicina Celular subyace una teoría de la enfermedad. Esta teoría, basada sobre la concepción filosófica general de la unidad, universalidad y supremacía de la Vida y la Mente, de la que surgió la doctrina fisio-dinámica de la fuerza vital, fue una anticipación en más de ochenta años de la teoría biológica propuesta en 1897 por Virchow, el gran patólogo alemán.
La patología celular de Virchow, en la cual resumió su larga vida de inves­tigación y estudio, fue hasta hace poco la más alta autoridad médica sobre la cuestión. Wirchow llegó a la conclusión de que «la patología no es sino una rama de la biología; esto es, que la enfermedad es meramente la vida bajo condiciones alteradas». Esta conclusión fue acogida como «el logro más importante del siglo diecinueve» y a Virchow, en reconocimiento de ello, se le dispensaron honores casi reales.

Ochenta y cuatro años antes de que Virchow publicase su famoso aforismo, es decir, en 1813, Hahnemann, en otras partes de sus escritos, usa las siguientes expresiones: «Para la explicación de la vida humana, como también de su doble condición, salud y enfermedad, los principios por los que explicamos otros fenómenos son completamente inaplicables». En otra parte dice: «Ahora bien, así como la condición del organismo y su estado de salud dependen únicamente del estado de vida que lo anima, de la misma forma se deduce que el estado alterado, que llamamos enfermedad, consiste en una con­dición originalmente alterada sólo en sus sensibilidades y funciones vitales, inde­pendientemente de todos los principios químicos o mecánicos. En breve, debe consistir en una condición dinámica alterada, una manera modificada de ser, me­diante la cual se efectúa más tarde un cambio en las propiedades de las partes materiales componentes del cuerpo, que es una consecuencia necesaria de la con­dición mórbidamente alterada del conjunto vivo en cada caso individual».

«Las enfermedades no dejarán de ser aberraciones dinámicas (espirituales) de nuestra vida de orden espiritual, manifestadas por sensaciones y acciones, esto es, no dejarán de ser modificaciones inmateriales de nuestra condición sensorial (salud)».

Así, en términos casi idénticos a los de su gran compatriota, Hahnemann estableció la concepción biológica de la enfermedad aceptada actualmente, y de este modo anticipó, en casi un siglo, una de las más profundas conclusiones del pensamiento científico moderno.
Hay otras cuestiones en las que , con maravillosa visión e intuición, anticipó las conclusiones de la ciencia moderna. Entre ellas ciertos descubri­mientos de Koch y Pasteur.

En 1883 Koch fue enviado por el gobierno alemán en misión especial a la India para estudiar el cólera asiático. Descubrió y fue capaz de demostrar la pre­sencia, en los intestinos de pacientes de cólera, de una bacteria espiral filiforme que fácilmente se divide en pequeños segmentos curvos como una coma, de menos de 1/10.000 de pulgada de largo cada uno. Esos microscópicos organismos vivos se multiplican con gran rapidez y pululan por millones en el intestino de tales pacien­tes. Koch mostró que pueden ser cultivados artificialmente en caldo de gelatina diluida y obtenido en cucharadas. También mostró que el cólera podía producirse en animales administrándoles un cultivo puro concentrado de esos gérmenes, aunque esto sólo se hizo con gran dificultad después de muchos experimentos. Por lo tanto sostenía que los gérmenes eran la causa del cólera.

Otros investigadores, sin embargo, durante un tiempo fracasaron en imitar sus resultados y rehusaron aceptar la conclusión de Koch. Pettenkofer, de Munich, no creía que el bacilo en coma fuera la causa efectiva del cólera, para demos­trar este desacuerdo, tomó audazmente una cucharada entera de gérmenes cultiva­dos. Su ayudante hizo lo mismo y ninguno sufrió ningún mal efecto. Esta demostración un poco espectacular no impresionó a otros, sin embargo, muchos de los cuales se dieron cuenta de que debe ser necesario que el intestino humano esté en condición favorable o susceptible, una condición insana, para que el bacilo prospere y se multiplique en él.

Un poco después, Metchnikoff, de París, repitió el experimento de Pettenkofer. Tomo una porción de bacilos cultivados durante tres días seguidos y no tuvo resultados nocivos. Otros en su laboratorio hicieron lo mismo con el resultado de solo un ligero trastorno intestinal. Pero de una docena que sometieron a prueba la cuestión en el instituto Pasteur, un individuo contrajo un ataque de cólera indio que casi provocó su muerte. Esto puso fin a tales experimentos y demostró concluyentemente que el bacilo en coma de Koch es realmente capaz de producir el cólera, cuando existen las condiciones adecuadas.
El anuncio del descubrimiento de Koch hizo furor en el mundo médico.
Esperando ardientemente que la curación se basara en esto, pronto, desgraciada­mente, se decepcionó. Parecía una proposición tan simple en aquellos días: « ¡Matar los gérmenes y curar la enfermedad!» ¡Al fin el cólera iba a ser «aplastado»!
Era muy fácil matar los gérmenes en un tubo de ensayo; pero matarlos en el organismo vivo del paciente de cólera, sin matar al paciente, era una cosa completamente diferente, como muy pronto aprendieron. A pesar de todos los intentos de curación basados en tan toscos razonamientos, el cólera continuaba sus estragos con incesante mortalidad. Ahora escuchemos lo que Hahnemann dijo más de cincuenta años antes de que todo esto ocurriera.
Cuando el cólera asiático invadió Europa en 1831 y comenzó a asolar a la población, se viò que era de la mayor importancia conocer sus modos de propa­gación y extensión. Hufeland, el gran líder del pensamiento médico en Europa en ese periodo, creía y decía que el cólera era de origen atmosférico-telúrico, de lo cual no podría existir ninguna protección. Contra su tremendo error protestó Hahnemann en un vigoroso ensayo sobre «El modo de propagación del cólera asiático», en el que sostenía que era «comunicable solamente por contagio, y propagado de un individuo a otro». Ilustrando y explicando su modo de origen y propagación dice: «A bordo de los barcos, en esos espacios confinados, llenos de húmedos vapores mohosos, el miasma del cólera encuentra un elemento favorable para su multiplicación, y crece en una proliferación enormemente aumentada de esas excesivamente diminutas, invisibles criaturas vivas, tan enemigas de la vida humana, en lo que consiste más probablemente la materia contagiosa del cólera». El se refiere una y otra vez a la «nube invisible» que flota alrededor de aquellos que han estado en contacto con la enfermedad, «compuesta probablemente de millones de esos seres animados miasmáticos, los cuales, desarrollados al principio en las anchas orillas pantanosas del tibio Ganges, siempre buscan al ser humano».
Considerad esta asombrosa afirmación en la que Hahnemann de nuevo se anticipa, en más de medio siglo, a las conclusiones y demostraciones de la ciencia moderna.
Recordad que Hahnemann no tenía microscopio. Este instrumento, excepto en su forma tosca como una lente de aumento, usado como una especie de juguete, no existía. Su conclusión fue una deducción de la razón pura a partir de hechos observados, que expone con cierta extensión en su ensayo. Además, Hahnemann ejerciendo esa misma facultad pensante, que su sabio padre había adiestrado tan cuidadosamente en su infancia y juventud en el viejo hogar de Meissen, también descubrió y anunció los verdaderos remedios curativos para la enfermedad y esto incluso antes de haber visto personalmente un caso.
Estaba reservado a Koch, que contaba con un microscopio, demostrar ocularmente la absoluta verdad de la idea de Hahnemann. Si Koch había leído los escritos de Hahnemann a este respecto es una cuestión que queda abierta. Estos fueron publicados en forma de libro y podían encontrarse en las estanterías de cualquier gran librería, accesibles a todos los estudiantes. Si Koch y Pasteur habían leído y estaban familiarizados con la enseñanza de Hahnemann, no fueron tan francos como Van Behring, quien públicamente reconoció su deuda hacia Hahnemann por la idea de su antitoxina diftérica

Me he detenido un poco en esta cuestión, no sólo porque muestra la prioridad y supremacía de Hahnemann como investigador y pensador original, sino porque en ese episodio del cólera tenemos una completa ilustración de la enseñanza respecto a la naturaleza de la enfermedad vista por la Medicina Celular.
La primera proposición es que la enfermedad no es una cosa, sino sólo una condición de una cosa; que la enfermedad es sólo un estado de salud modificado, una acción vital pervertida, y en ningún sentido una entidad material o tangible que se pueda ver, tocar, pesar, aunque pueda ser medida.
Los que han estado siguiéndome atentamente, vivamente interesados en la identificación del bacilo en coma como la causa del cólera, indudablemente en­cuentran dificultad para reconciliar esa identificación y demostración con la afir­mación de que «la enfermedad no es una cosa, sino una condición de una cosa». ¿No se ha demostrado que el bacilo es una cosa tangible? Quienes piensan así han pasado por alto un punto importante en mi afirmación, y han identificado el condicionante y el condicionado, lo cual viola las reglas de la lógica.
Los cimientos son una condición para la casa, pero no son la casa, ni la causa de la casa. Mucho menos es la casa idéntica a los cimientos. El bacilo es la causa próxima del cólera, pero no es el cólera, ni la única causa del cólera. Es sólo una de las varias condiciones necesarias para la producción y propagación del cólera, todas las cuales deben ser consideradas si queremos fórmanos conclusiones justas sobre la naturaleza de la enfermedad. Por ejemplo, hay que considerar las condi­ciones sanitarias, con todas sus numerosas implicaciones; hay que considerar las condiciones sociales y morales, incluyendo las facilidades y los modos de transpor­te e intercomunicación entre naciones, comunidades e individuos. Existen también condiciones atmosféricas y telúricas.
Debemos tener en cuenta que fue sólo des­pués de muchos ensayos con administración de bacilos cultivados cuando se en­contró un individuo que sucumbió al ataque. Estaba en una condición de suscep­tibilidad individual y esa susceptibilidad era una condición esencial para él, como lo es en todos los casos como este.

Aquellos que no tuvieron en cuenta este punto fueron cogidos despreveni­dos, como otros muchos lo han sido al ocuparse de estas cuestiones.
Debemos distinguir entre causa y efecto, entre poder y producto, entre lo que y sobre lo que se actúa. Debemos aprender a darnos cuenta también de que el poder que actúa para causar a producir efectos es siempre invisible. Vemos las maravillas del reino de lo dinámico sólo con los ojos de la mente. Conocemos la existencia de la fuerza sólo por sus manifestaciones y fenómenos. Conocemos la gravedad, la afinidad química, la electricidad, la vida, la mente, la salud, la enfer­medad, sólo por sus fenómenos. No debemos dejar que los fenómenos, que perci­bimos con nuestros órganos de sensación, nos cieguen a la existencia del poder invisible que los produce, ni pensar que lo visible es la totalidad de la existencia. El tumor, la erupción, la úlcera, el dolor o la fiebre que vemos o sentimos, o el gérmen o el bacilo que revela el microscopio, no es la totalidad de la enfermedad. Detrás de estos se halla el principio vital sustancial del organismo que todo lo impregna, que primariamente actúa y sobre el que se actúa.
El cambio funcional o dinámico siempre precede a los cambios de los teji­dos. Los cambios internos tienen lugar antes de que los signos externos aparezcan. Nosotros no vemos los comienzos de la enfermedad. Ni vemos la enfermedad misma, como tampoco vemos la vida, la mente o el pensamiento; pues la enferme­dad, en última instancia, es primariamente sólo un estado alterado de vida y mente, que se manifiesta por funciones y sensaciones mórbidas, que pueden o no llevar a cambios visibles en los tejidos.
Toda acción es condicional. Ninguna fuerza o agente actúa incondicional­mente. Nuestra ilustración del cólera enseña que ningún microorganismo patógeno actúa incondicionalmente. Ningún gérmen o bacilo es la causa única o absoluta de una enfermedad, sino sólo una causa próxima o excitante bajo ciertas condiciones. Deben existir otras causas antecedentes, predisponentes, contribuyentes, antes de que el gérmen se haga operante. Numerosos bacilos de K1ebs-Loeffler pueden hallarse en las gargantas de gente perfectamente sana que han estado en contacto con un paciente de difteria. Un examen de la secreción nasal o faríngea de cada uno de nosotros en este momento revelaría probablemente la presencia de innumerables organismos patógenos del polvo inha1ado de la calle. Pero no nos vemos perjudi­cados por eso más allá de los riesgos ordinarios de la vida, porque la naturaleza tiene sus propios medios de protección contra tales influencias morbíficas externas. Son inofensivas para nosotros en condiciones normales, porque el elemento de susceptibilidad mórbida hacia esos gérmenes particulares está ausente en la gran mayoría de los individuos. El poder de resistencia vital del individuo sano es superior al poder infectante de los bacilos o cualquier otra forma de agente infectante en condiciones ordinarias. Como bien se ha dicho, «la mejor protección contra el contagio es una buena salud».
En el párrafo seis nos habla de que en cada caso individual hemos de obser­var sólo lo que es externamente discernible a través de los sentidos; que esto consiste en cambios en la condición sensorial o salud del cuerpo y el alma, reve­lados a nuestros sentidos por signos o síntomas mórbidos, y que esos signos y síntomas mórbidos, en su totalidad, representan la enfermedad en toda su exten­sión; que ellos constituyen la verdadera y única forma o imagen concebible de la enfermedad.
En el párrafo siete nos dice que la enfermedad es el sufrimiento de la «dynamis» o principio vital del organismo; que los síntomas, por los que este sufrimiento se da a conocer, constituyen no sólo la única guía para la elección del remedio curativo, sino que son, en sí mismos, todo lo que hay que eliminar al efectuar la curación. Ellos representan «lo que es curable en la enfermedad».

En el párrafo ocho establece el principio general en lógica de que cuando un efecto cesa, podemos concluir que la causa ha dejado de actuar. El dice que cuando todo síntoma perceptible de enfermedad o sufrimiento de la fuerza vital ha sido eliminado, el paciente está curado.

Observemos cuidadosamente lo que dice aquí exactamente. No dice que cuando todo resultado tangible o visible de la enfermedad haya sido eliminado el paciente está curado, sino que la enfermedad está curada cuando todo signo per­ceptible de sufrimiento de la dynamis ha sido eliminado.

El paciente cuya enfermedad ha producido un tumor puede estar perfecta­mente curado con remedios homeopáticos y aún haber quedado su tumor, exacta­mente igual que puede tener una escara después de la perfecta curación de una herida.

El tumor no es la enfermedad, sino sólo el «producto final» de la enferme­dad, como si dijéramos. El tumor no es el objeto del tratamiento curativo, sino la enfermedad que precede y produce el tumor. El tumor, en el curso de un tratamien­to exitoso, puede absorberse y desaparecer o no. Depende del estado del metabolismo del paciente.

Si la vitalidad del paciente no ha sido demasiado agotada por largos pade­cimientos y una vida o un tratamiento defectuosos, y si sus fuerzas metabólicas son suficientes, el tumor, o la efusión, o el infarto o lo que quiera que pueda ser, se absorberán, como frecuentemente ocurre en los casos tratados por hábiles prescriptores. Yo mismo he visto esto muchas veces. Pero en el caso contrario, el tumor, u otro producto mórbido, constituye una condición meramente mecánica que podemos transferir al cirujano para la exhibición de su destreza manual y habilidad técnica, después que el paciente ha sido curado de su enfermedad.
Hay otro tipo de casos donde la medicina y la cirugía deben ir cogidas de la mano a causa de la falta de tiempo; donde, por haberse visto el caso demasiado tarde, las condiciones mecánicas han llegado a constituir una amenaza para la vida. Pero incluso aquí, un hábil prescriptor homeópata disminuye bastante el peligro de la operación y aumenta las probabilidades de un desenlace feliz con la curación del paciente.
La mera eliminación de los productos tangibles de la enfermedad por medios mecánicos, como en el caso de los tumores, o de los signos visibles externos de enfermedad por aplicaciones tópicas, como en casos de erupciones y secreciones, no sólo no cura la enfermedad, sino que hace un verdadero daño al paciente y hacen el caso inveterado o más difícil de curar. No es raro que esto lleve a la muerte del paciente por las metástasis y las complicaciones que resultan de tal tratamiento. La enfermedad sólo es curada por la administración interna del me­dicamento similar, con la debida consideración para el apropiado tratamiento auxi­liar psíquico, higiénico y mecánico.
La enfermedad, entonces, es primariamente un disturbio mórbido o acción desordenada de la fuerza vital, representada por la totalidad de los síntomas del paciente. Es un disturbio puramente dinámico de las energías y funciones vitales, que puede o no terminar en cambios groseros en los tejidos. Los cambios en los tejidos no son la parte esencial de la enfermedad, sino sólo los productos de la enfermedad, que, como tales, no son el objeto del tratamiento con medicación.
La curación, desde el punto de vista homeopático, consiste en «el rápido suave y permanente restablecimiento de la salud, o alivio y obliteración de la enfermedad, en toda su extensión, de la manera más corta, más fiable y más segura, de acuerdo con razones claramente inteligibles» o principios.
Eliminar algunos síntomas de la enfermedad y paliar otros no es eliminar y obliterar la enfermedad «en toda su extensión», ni restablecer permanentemente la salud. El que la paliación contribuya al bienestar del paciente o no, depende de en qué circunstancias y cómo se haga. Podemos paliar síntomas y hacer que el pacien­te se sienta más cómodo por el uso de remedios homeopáticos bien seleccionados, o por una prudente y conservadora operación quirúrgica; y eso puede ser todo lo que sea posible hacer en un caso particular. La paliación es permisible y es todo lo que es posible a, veces. Pero existe una manera correcta y una manera errónea de paliar. La manera errónea de paliación conduce frecuentemente a la metástasis a órganos más importantes. Eso siempre es malo para el paciente, porque le lleva a más complicaciones y sufrimientos. El tipo correcto de paliación es curativo hasta donde alcance, es decir, es llévado a cabo por la aplicación del principio curativo; pero por la naturaleza del caso o por exigencias de la situación, curar en un sentido completo puede ser imposible, porque, el caso haya pasado del estadío curable. Debemos aprender a distinguir entre enfermedad incurable y enfermedad que ha alcanzado el estadío de incurabilidad. No existe tál cosa como «enfermedad incurable». Todas las enfermedades son curables, antes de que hayan alcanzado un cierto estadío; y eso no significa necesariamente que debamos «comenzar a tratar a un niño trescientos años antes de que nazca», como el Dr. Oliver Wendel Holmes humorística pero pesimistamente decía.
«Supresión», o paliación incorrecta de una enfermedad, es la eliminación de los síntomas externos de la enfermedad por tratamiento externo, mecánico, químico o tópico, o mediante potentes drogas, administradas internamente en dosis masi­vas, que tienen un efecto fisiológico directo o tóxico, pero no una verdadera acción terapéutica o curativa.
Queda entonces claro que la medicina celular Holistica va al centro de la fuerza vital del organismo produciendo una homeostasis o equilibrio funcional y serán los nuevos médicos quienes seguirán comprobándolo en la práctica.